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Ponzoña

Ponzoña

Aquella fue una época de días oscuros. De esos en los que le dejaba entrar en mi mente y tomar el control de mis emociones. Bueno, en mi defensa diré que no es que yo le dejase, sino que su presencia colonizaba mi mente de forma implacable y se asentaba sin posibilidad de expulsión. Y una vez expandía sus dominios, como un ser de escurridizos tentáculos que reclamaba más terreno, comenzaba a arrasarlo todo. Drenaba recursos, quemaba la flora, se alimentaba de la fauna. Era un experto en aniquilar toda ilusión y destruir cualquier atisbo de luz sin siquiera estar físicamente allí.

Resulta curioso, porque siempre había eludido mi existencia y en aquellos momentos estaba más presente que nunca en mi vida. La amenaza de una llamada, de un mensaje suyo, eran insoportables. Por más que yo trabajase por mantenerme en equilibrio, la notificación que me avisaba de que había regresado destruía despiadadamente mis esfuerzos. Y vuelta a empezar de nuevo.

*Foto de Derek Ring

Me entregué a todo tipo de disciplinas para lograr (algo de) autocontrol. Boxeo. MMA. Artes marciales. Meditación. Yoga. Pilates. La acidez del más elaborado sarcasmo. Todas me regalaban un oasis de calma, siempre y cuando él no diera señales de vida. Una sola palabra suya encendía la chispa de la ira en mí. Sentía que estaba a su merced, que no podía hacer nada. A veces me rebelaba; otras, luchaba fervorosamente y le ignoraba, pero su sombra planeaba constantemente sobre mí.

¿Por qué me dejaba desestabilizar así?

No os equivoquéis. Esta no es una historia de desamor desesperada. Es una historia de rechazo. De él hacia mí, de mí hacia él. Algunos pensaréis que estas palabras son fruto de una mujer despechada. En cierto modo no erráis en vuestra suposición.

Solo que nuestra relación se limitaba al desafortunado hecho de compartir parte de la carga genética. Y parecía que ese vínculo consanguíneo llenaba mis venas de una suerte de veneno que se activaba al entrar él en escena.

Es cierto que a día de hoy creía tener controladas mis reacciones a tal ponzoña.

Me equivoqué.

Ayer, mi padre, volvió a escribirme.

Y yo, una idiota sin remedio, ardí en las llamas de la cólera.

Y, de nuevo, comenzó la aniquilación.

T.


Con las manos en las letras © 2023 by Tania Suárez Rodríguez is licensed under CC BY-NC-ND 4.0 

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