Y, de repente, un día, te asomas a la ventana. Entonces lo ves, lo sientes. Te dejas envolver por el silencio más ruidoso de tu vida. Un silencio bañado por el canto risueño y vivaracho de cientos (o miles, quién sabe) de pájaros. Cantando, hablando entre ellos, gritando alto y con fuerza mientras inundan unas calles desiertas con acordes que suenan a libertad, a naturaleza salvaje, a vida.
Calles abrazadas por el agua, que cae acariciando esa tierra tan dolida y falta de amor, de ternura y cariño. Un intenso y maravilloso aroma de petricor se cuela por la ventana, por tu nariz, por todo tu ser.
Tierra mojada, olor a verde. Una llamada a tu esencia salvaje, indómita.

Cierras un instante los ojos y puedes oír, a lo lejos, los violines, las flautas irlandesas, los bodhranes… Sientes el aire frío en tu rostro, besando tu piel, e inspiras con ansia esa magia, esa fuerza de la naturaleza, preguntándote en qué momento dejaste de conectar así con ella. En qué momento te arrancaste de la tierra, de las montañas, de las profundidades de los bosques, para entregarte al gris asfalto y al ruido de la ciudad.
Y, de repente, te das cuenta de que le perteneces. A ella: a la Tierra, a la Naturaleza.
T.
Con las manos en las letras © 2023 by Tania Suárez Rodríguez is licensed under CC BY-NC-ND 4.0









Deja un comentario