El cristal se resquebraja de nuevo; una pequeña fisura recorre su superficie. Es una araña siniestra, amenazante, de patas alargadas que extienden sus dominios hasta los confines de ese pequeño universo contenido en un recipiente de metal.
Cuando los mil añicos que antes reflejaban infinitos mundos de fantasía se evaporan en el aire, al igual que la bruma se disipa al amanecer, el metal se halla vacío. Un armazón que abraza la nada. La vida le abandona y queda inerte.
Hastiado de vivir de las sombras de la esperanza, se autoinmola, arrastrándose hacia donde un día vio la luz por primera vez. Se lanza al caldero donde le forjaron, para fundir su exánime cuerpo entre las llamas del olvido. Un suspiro arrancado y destruido antes siquiera de poder articular una palabra. Nadie le recordará. Tampoco importa.
Avergonzado de sí mismo, quiere, simplemente, desaparecer.
En un último intento desesperado por resistir, por aferrarse a un minúsculo rescoldo de luz, recuerda todos los bellos mundos que un día contuvo en su seno. Infinitos, eternos, fantásticos.
Una bella ilusión que no le pertenecía y que había creído real. Su salvavidas, la mecha que encendía su llama vital.
Decide dejarlos morir con aquella parte de sí mismo. Porque ya nada le importa. No merece la pena seguir luchando contra la corriente. Seguir abriendo sus invisibles brazos a un nuevo reflejo de mundos imposibles, donde el color es el soberano.
El marco metálico que abrazaba al espejo se deja envolver por aquella masa incandescente de caldo primigenio, sintiendo que lo que una vez fue, simplemente dejará de ser.
T.
Con las manos en las letras © 2023 by Tania Suárez Rodríguez is licensed under CC BY-NC-ND 4.0









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