El final del libro

Habían transcurrido años, tal vez siglos, desde que había decidido terminar aquel libro, cerrarlo y relegarlo al olvido. Pero, por algún motivo que escapaba a su comprensión, jamás había tenido el valor de hacerlo. Ahora que estaba llegando al final, varios pensamientos poblaban su mente tratando de encajar las piezas de un rompecabezas que no tenía solución. Quizá ese había sido siempre el problema: intentar a(r)mar la imagen de algo que era imposible porque las piezas no eran las adecuadas. Buscar desesperadamente en las páginas de aquel libro algo que nunca había existido y que solo vivía en su imaginación, alimentado por una pertinaz esperanza.

Tras años de lecturas y relecturas, no hallaba la respuesta. O no sabía verla, puesto que la respuesta acabó siendo, precisamente, la ausencia de presencia. Y ese argumento de base es el que se fue perpetuando a lo largo de sus capítulos, una y otra vez. Adoptaba distintos aspectos, aparecía y desaparecía para perpetuar su poder o se disfrazaba de personajes secundarios que ahondaban una herida que no dejaba de supurar. Le costó darse cuenta de que el personaje protagonista pasó a convertirse en mero secundario de su historia, a la zaga de una quimera que su propia mente había creado.

No existían dragones, ni villanos, sino la más absoluta nada, donde ni siquiera había espacio para los ecos de su corazón. Un agujero negro cuyo campo gravitatorio succionaba cualquier atisbo de esperanza. Cuántas páginas perdidas habían acompañado su viaje…

Sin embargo, al llegar al último capítulo todo se reveló con absoluta claridad. La respuesta siempre había estado en su interior, pero no supo verla hasta mucho después, hasta que llegó al epílogo de aquel libro. Algunos rompecabezas no tenían solución y el dejar de buscar era la enseñanza que se escondía sin esconderse. Soltar para crecer. Acabar para empezar de cero.

Hasta que no acabase aquella historia, ninguna otra podría comenzar. Una llena de luz, color, alegría y amor del auténtico. Una en la que sería protagonista y guionista y dirigiría cada una de sus páginas: de principio a fin.

Llegó el día de cerrar aquel ajado libro, dejando que la nada se alimentase de sí misma. Era el momento de abrir un nuevo libro, lleno de posibilidades.

No había vuelta atrás.

T.


Con las manos en las letras © 2023 by Tania Suárez Rodríguez is licensed under CC BY-NC-ND 4.0 

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