Aquella mañana se despertó más pronto de lo habitual, acunada por el suave ritmo de su respiración. Se resistía a abrir los ojos, conocedora de la amarga realidad al otro lado del velo de sus párpados. Estaba infinitamente más a gusto allí, arropada bajo el peso persistente de las mantas y los cojines que se habían transformado en una muralla de esponjosa guata. Era una especie de dique, cuya misión consistía en no dejar escapar el calor ni los sueños más bellos.
Sin embargo, estos habían decidido escurrirse por rendijas invisibles, a pesar del silencioso esfuerzo de los cojines por contenerlos. Se escaparon y dejaron únicamente la pesadilla de la realidad, fría y descarnada. En su gélido abrazo se vio obligada a aceptar la derrota, con elegancia, dejando escapar tan solo un infinito suspiro resignado en lugar de atender a la llamada del bramido casi animal que se cocía en sus entrañas.

Las ventanas de sus ojos se abrieron a una oscuridad a medias, tan solo rasgada por el reflejo del despertador. Todavía le quedaba una hora para disfrutar del Otro Lado del Espejo. Se estaba tan bien allí… Un mundo donde libros, letras y fantasía imperaban. En el que el tiempo se fundía, perdiendo su protagonismo y regalándole espacio a la imaginación y las entelequias. Allí se sentía libre, desatada, salvaje. Quería arañar un poco más de aquellos deliciosos segundos que se escapaban raudos, como si temieran durar demasiado.
Pero, con un simple pestañeo, aquella imagen se evaporó. Su estela dejó tras de sí la esperanza casi tangible de volver a cruzar el Espejo. De perderse horas sin que pasaran los minutos. De avanzar hacia atrás, caer hacia arriba y quedarse a vivir en aquel oasis de calma.
Salió de la cama y se preparó para regresar. Al sumarse a la masa informe de espíritus doblegados por el sistema no podía parar de pensar:
«Miradas fijas en mundos irreales; Miradas, perdidas en vidas fantasmales Espectros vacíos en busca de sentido y mi alma, a su lado, se hunde en el vacío».

A pesar de la angustia que se afanaba por retorcer sus entrañas, de la necesidad de huir de allí para salvar su cordura, decidió cerrar los ojos. Tras ellos, la vaporosa imagen de aquella mañana permanecía intacta. Más etérea tal vez, pero allí estaba, acompañándola con cariño.
La respiración se apaciguó, mientras su cuerpo aprovechaba cada exhalación para soltar una tensión que se le había adosado sin pedir permiso.
Sonrió, al darse cuenta de que la pesadilla residía sólo fuera de ella, mientras que en su interior moraba el infinito mundo de los sueños.
T.
Con las manos en las letras © 2023 by Tania Suárez Rodríguez is licensed under CC BY-NC-ND 4.0









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