(Des)equilibrios

Me he caído de un modo estrepitoso y ridículo. Ha sido un movimiento rápido, pero al mismo tiempo he sentido que me movía a cámara lenta; algo difícil de explicar.

Mi vida se ha visto engalanada con innumerables batacazos, aunque nunca me había desplomado de esta manera. Tan absurda que, de pura sorpresa, me he echado a reír.

Quizá he estado tonteado demasiado con la suerte y he acabado forzando —un poco— su cuerda. Y, claro, la ley de la gravedad ha puesto en marcha su inexorable poder, atrayéndome hacia ella como diciendo «déjate de tanta pirueta aérea imposible y reconoce el poder de la tierra». Vaya contundencia. A veces los maestros imparten su sabiduría de una forma un tanto brusca. Mi muslo y (gran) parte de la nalga izquierda dan buena cuenta de ello. Sospecho la inminente llegada de un buen moratón, de esos repletos de matices que harían salivar a los artistas más propensos al estudio del color.

Es posible que algo tan prosaico como una aparatosa caída en la esterilla mientras practicas yoga se relegue a la categoría de anécdota simpática, pero tengo tendencia a la extrapolación (si acaso esa palabra existe) y no he podido evitar darme cuenta del curioso paralelismo con mi propia vida. Y es que en ella también me encuentro haciendo malabares con varias mazas, algunas de las cuales tienen el entrañable detalle de estar decoradas con cuchillas en los laterales. A veces es posible evitarlas, como demuestran las parcelas de mi piel todavía sin arañar. Obviamente, tanta cuchillada ayuda a despertar los sentidos y volverlos más rápidos. Todo por evitar un nuevo tajo y una engorrosa sangría.

El caso es que mi caída en la esterilla y la consiguiente risotada —aderezada con lágrimas y un moratón de bonus—, me ha regalado una curiosa epifanía: cuando intentaba no caerme, ha llegado un punto en que era evidente que no podría evitarlo y, entonces, en lugar de luchar contra ello he decidido ceder (vale, forzosamente, pero no me he resistido casi) el poder a la gravedad. La caída —como os confesaba— ha sido estrepitosa y absurda; sin embargo, el dolor por el golpe ha sido mucho menor gracias a las risas.

La moraleja (si es que tuviera que haber una) es que cuando nos dejamos llevar por la vida, a pesar de golpes, caídas y contratiempos, somo capaces de disfrutar, aprender y reírnos (sobre todo de nosotros mismos). Es todo cuestión de actitud. Entonces logramos seguir adelante con un espíritu más ligero y risueño. Y, a veces, también con el culo morado.

T.


Con las manos en las letras © 2023 by Tania Suárez Rodríguez is licensed under CC BY-NC-ND 4.0 

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