La cima de la montaña

Habían coincidido por casualidad en la escalada de un pico especialmente agresivo hacía ya cinco años. Entonces, ambos llevaban las mochilas repletas, con las costuras a reventar de tanta carga; prueba irrefutable del esfuerzo silencioso que escondían las innumerables horas, días e incluso años de ascensos. A juego estaban las curtidas y agrietadas manos, rostros castigados por el sol y un brillo difuso en los ojos que delataba el placer por coronar montañas.

Cuando se encontraron aquella primera vez, estaban tan afanados por seguir ascendiendo que no se habían dado cuenta de la existencia del otro hasta llegar a la cima. Una vez allí, se miraron y se encontraron más allá de sus miradas. La amistad nació de forma natural e instantánea. Desde entonces se volvieron compañeros de alpinismo.

Se entendían como solo dos expertos en escalada podían hacerlo: dos conocedores de la lucha contra las fuerzas de la naturaleza, las agrestes montañas y esa peculiar batalla contra ellos mismos. Tal vez por eso los lazos entre ambos se tejieron con facilidad. Parecían dos amigos que se conocieran de toda la vida, casi como hermanos; era ese tipo de relación estrecha en la que uno ponía su vida en las manos del otro. En el caso de los escaladores, aquella frase hecha adquiría plena literalidad.

Cinco años después se habían embarcado en un reto sin parangón: habían seleccionado la cordillera del Karakórum, entre Pakistán, India y China. Era un filoso pico de 8.611 metros de altura, apodado «Montaña Salvaje» y solo superado en altura por el Everest. El frío cortaba la piel sin piedad y el viento corría en círculos, dibujando espirales con la nieve. Era de día, pero las densas nubes se apretujaban con tanto ímpetu que no dejaban pasar ni un solo rayo de sol. Era un auténtico infierno blanco.

Habían llevado guías hasta el último trecho transitable, donde los nativos les desaconsejaron continuar; ellos, sin embargo, prosiguieron. Durante el ascenso final iban solos, uno delante del otro para resguardarse del temporal, lo más pegados posible a la pared de la montaña. El más mayor lideraba la marcha.

Tal vez solo hubieran transcurrido unas horas, pero aquella escalada se volvió eterna. Costaba andar, las mochilas habían ganado en peso, les dolían los pies y la piel se les había cuarteado tanto que empezó a sangrar. El líquido carmesí pronto se escarchó sobre sus rostros. En esa tortura silente, cada uno luchaba contra los elementos como podía. Años de experiencia eran aval suficiente para mantenerse firmes ante las inclemencias.

Esa era la parte fácil.

Lo difícil era lo que estaba ocurriendo dentro de aquellos dos hombres. Un conflicto interno que les ponía cara a cara con sus miedos y sus puntos débiles, con las sombras que se escondían tras sus disfraces. La Montaña Salvaje les hizo darse cuenta de cuál era su verdadera esencia, esa que ni siquiera ellos mismos habían conocido hasta ese momento y que se manifestó como un torrente de agua helada que les arrancaba el velo de los ojos.

La batalla interna pareció distanciar a los dos compañeros. Como si el camino interior de uno se interpusiera en el del otro, acrecentando así el sufrimiento de los dos. Tanto era así, que en algunos tramos parecían llevar rumbos distintos: la cuerda daba bandazos, tiraba, se aflojaba de repente.

Después de ese suplicio compartido, los dos hombres llegaron a la cima. Se dejaron caer al suelo, sin aliento y sin mirarse. Cuando habían recobrado parcialmente las fuerzas, se ayudaron mutuamente para ponerse de nuevo en pie.

Sin embargo, a pesar de estar en la misma cima, de haber recorrido el mismo camino y de haber compartido cinco intensos años de escaladas, aquellos dos hombres no estaban en la misma cumbre. No se hallaban en el mismo lugar. Se veían, podían tocarse para corroborar que sus cuerpos estaban uno junto al otro. Pero al mirarse a los ojos ambos sabían que sus caminos y sus propósitos vitales ya no coincidían.

Sonrieron, con tristeza, y emprendieron el descenso para regresar cada uno a su propio hogar.

T.


Con las manos en las letras © 2023 by Tania Suárez Rodríguez is licensed under CC BY-NC-ND 4.0 

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