Algo había cambiado. No sabría muy bien decir qué era ni por qué había ocurrido, ni siquiera tenía constancia de cuándo sucedió. Era casi imperceptible, pero ahí estaba. Una sutil variación que lo había transformado todo.
Lo imaginaba como la superficie de un lago apacible, suave y serena, a la que se lanza impúdicamente una minúscula piedra. Las ondas comienzan pequeñas, apenas una sombra esbozada sobre el espejo del agua, pero luego crecen y devoran el resto de la quietud.
De un modo similar, la superficie de mi vida se rasgó con un guijarro invisible. Este había hendido su filosa punta despacio y profundo, sajándome sin que me diera cuenta. Pero no fue una herida mortal; paradójicamente, aquella fisura acabó por sanarme. A través de la grieta que me abrió en canal pude ver lo que guardaban las profundidades de mi propio lago.

Unos juncos habían atrapado con ahínco varias imágenes de mi pasado, abrazándolas como si temieran perderlas. También divisé un sinfín de algas oscuras que se enroscaban sobre titilantes burbujas de sueños, antaño abandonados. Aunque lo más llamativo, tal vez, fue el inmenso bosque de helechos de agua que se había adueñado del lugar, haciendo imposible la vida animal allí. Eran tan frondosos que se habían trenzado hasta crear una férrea cúpula que impedía el paso a los rayos del sol. Sin embargo, también evitaba que saliera a la superficie una docena de crisálidas de aspecto putrefacto a la que envolvía un halo siniestro. Se habían fusionado con el lecho de lodo y tenían un aspecto correoso, nocivo.
Me acerqué y vi una gran cantidad de emociones silenciadas, de palabras nunca pronunciadas, de sentimientos enmudecidos. Todo aquello estaba enquistado, supuraba y me estaba envenenado. Y yo no lo sabía.
Así que cuando una insignificante e imperceptible piedrecita me acuchilló de improviso, mi vida cambió. Nunca llegué a saber qué ocurrió ni en qué momento exacto tuvo lugar. Pero sí sé que por aquella grieta se liberaron emociones, escaparon sentimientos y las palabras recobraron su música. Las profundidades de mi lago se limpiaron, llenándose de la más hermosa y abundante vida.
La calma regresó. Y la grieta se cerró, sellada con polvo de plata, dejando tras de sí una cicatriz de luz de luna. Hermosa, como una preciosa pieza de kintsugi.
T.

Con las manos en las letras © 2023 by Tania Suárez Rodríguez is licensed under CC BY-NC-ND 4.0









Una respuesta a “Una grieta en la superficie”
[…] los huecos;quiero ser ese oroque une tus despojosy te transforma nos transformaen una taza de kintsugi, mostrando con alegríalas hermosas cicatrices que nos […]
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