Estaba justo enfrente, sin nadie a su alrededor salvo yo. Permanecía en una insistente soledad, como si emitiera un campo magnético que repelía a quien osara acercarse. Los viajeros que entraban al vagón desviaban la mirada y se alejaban de aquel peligroso enclave del tren. Las luces entre estaciones se emborronaban a través de los cristales mientras yo valoraba qué hacer. ¿Debía marcharme? ¿Bajar en la siguiente estación? No era capaz de irme; algo poderoso tiraba de mi vientre para observarle. Lo hice y él me miró a mí; transcurrieron cien eternidades encerradas en nuestra mirada. Estaba sucio y solo, nadie quería estar cerca de él; se había enganchado en mis ojos, como si así buscara hablarme más allá de las palabras. Aquel libro abandonado imploraba venirse conmigo. Y yo, me lo llevé.
T.
Con las manos en las letras © 2023 by Tania Suárez Rodríguez is licensed under CC BY-NC-ND 4.0
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