Amor en verbo

Todavía puedo sentir tus brazos, cálidos y tiernos, rodeando mi cuerpo mientras tu respiración me susurra un te quiero al oído. Tu aroma aún me envuelve, como una caricia evanescente que se teje en mis sentidos y anhela tatuarse en cada fibra de mi ser, incluso aunque ya no estés aquí. Y yo… Yo me resisto a soltar el eco de tu piel pegada a la mía, deseo escucharla cada mañana y cada noche diciéndome aquello que las palabras no aciertan a expresar.

Te vas; nos dejamos sin habernos tenido, sin haber probado el sabor de nuestras bocas en erupción o el de las curvas de estos dos cuellos huérfanos. Sin la posibilidad de conocer jamás las constelaciones de lunares que imprimen el universo infinito en nuestra piel.

Cada paso que te aleja de mí, cuando rompemos nuestro abrazo, deshace un poco más la esperanza y aquellos sueños que hilvanamos juntos antes de que nacieran las mañanas. Siempre serás el rosicler que baña los agrestes y verdes campos de tierras celtas; la luz que ilumina el musgo y besa mis rosas de terciopelo negro; el acantilado que contiene mis mareas.

Un parte de nosotros permanecerá anclada en aquella cabaña que construimos con las sonrisas de nuestros corazones. Donde hicimos el amor cada día, salvaje y apasionado, pero tierno y dulce a un tiempo. Fuimos amor en verbo infinitivo, en el que todo puede ser. Seremos las palabras que nos escribieron y nos convirtieron en versos en unas páginas que la historia jamás leerá. Juntos seremos en pretérito imperfecto.

Te has marchado y yo todavía soy incapaz de detener la tempestad de mis ojos, el temblor que se adueña de mis labios y estos suspiros deshilachados al saber que aquellas palabras eran tan solo una despedida. «Te quiero». ¿Cómo algo tan hermoso puede desgarrar el alma de esta manera?

Te fuiste y yo sigo caminando en dirección contraria a la tuya, sintiendo cómo a mi espalda crece ese agujero negro y gélido que devora la luz, donde quiero caer y olvidarme de todo, en presente continuo.