«(…) necesito, del mismo modo que se sangra el cuerpo por cuyas henchidas venas se precipita la sangre con pletórico empuje, desahogar el cerebro, insuficiente a contener tantos absurdos». Gustavo Adolfo Bécquer (Rimas y leyendas)
Imaginamos… Imaginamos porque no podemos tocar la realidad de nuestras fantasías. Porque la realidad es esquiva, huraña, caprichosa, y no se deja doblegar. La imaginación, también, pero tenemos cierto margen, podemos moldearla, como un pedazo informe de plastilina. Con frases, palabras, letras. Aunque ahí también nos encontramos con límites infranqueables, difusos, que no nos dejan recoger la inmensidad que vive en nosotros. Dicen que los límites son hitos necesarios en el camino. Una intangible necesidad de limitación… ¿para qué? Para comprender, para comprendernos, si acaso eso es posible.
Imaginamos… Imaginamos porque la realidad se queda corta y el lenguaje, limitado. Porque secuestramos escenas hermosas para alimentarlas en nuestra imaginación, para que medren, para que crezcan. Pintamos de colores aquella caricia que nunca fue, aquel beso que solo se intuyó. Relegamos al Universo de la Imaginación aquellas sonrisas que jamás se encontraron, las que fallecieron en el Mundo Real por la Implacable Dictadura de los Miedos y los Egos, tanto propios como ajenos.
Así que, rellenamos de palabras, versos y aliteraciones los huecos que deja la realidad —a veces virtual—, los claroscuros de un mundo tangible que muere con el hálito de dos suspiros afónicos que jamás llegaron a conocerse. Trenzas de ilusiones que se deshilachan con una palabra o que acaban cercenadas bajo el filo acerado del silencio.
Imaginamos… Imaginamos para hacer arte de nuestro dolor, porque el arte consuela a quienes están rotos por dentro, como decía Vincent. Y esos pedazos —estrellados, fragmentados— nos componen, moldean un corazón de caleidoscopio que nos narra, que nos palpita en estelas inagotables.
Conjuramos a la Imaginación para dar forma a las figuras bajo las máscaras, para crear un mundo compartido donde danzar juntos sin armaduras. Un lugar donde tomar de la mano a los demonios que nos habitan y abrazar a nuestros fragmentados espectros sin que nada ni nadie los rechace, los juzgue o los ridiculice. Porque no es lo mismo condescender, que descender con. Y si vienes, voy a descender contigo para cuidar de tus heridas y besar tus cicatrices.
Y es que imaginamos… O yo imagino, para rellenar los huecos inabarcables que crea la realidad. Para hacer posible lo imposible; para volver atrás y lanzarme adelante en el tiempo; para darle al botón de bucle y (re)vivir constantemente las primeras veces. Imagino, para volver inmortales las sonrisas, guardar aquellos susurros dentro de la caja donde un día me encerré (podéis llamarme Pandora).
Imagino «ideas sin palabras, palabras sin sentido». Renuncio a la tiranía de Cronos y me declaro fiel sierva de Caos, que dicta el orden que rige mi mente y mi cuerpo. Tal vez me inspiró Melpómene una noche de luna ausente y por ello prefiero renunciar al Mundo Real e instalarme en el Universo de la Imaginación por siempre.
T.
Con las manos en las letras © 2023 by Tania Suárez Rodríguez is licensed under CC BY-NC-ND 4.0








