El cuento de la criada de Margaret Atwood

Es el segundo libro que leo de Margaret Atwood (el primero fue La semilla de la bruja) y he de decir que me fascina esta escritora. No solo porque sus novelas transmiten por todos los poros la profunda cultura que posee la autora, sino por su capacidad de remover al lector, de hacerle sentir incómodo, plantearle dilemas morales y de obligarle a mirar de frente a su propia realidad, que no siempre es agradable y a la que habitualmente prefiere eludir.

En cuanto a El cuento de la criada, reconozco que no conocía este libro hasta que vi la primera temporada de la serie de televisión. No quise avanzar sin leerme el libro y, por lo que veo, la serie luego siguió por otros derroteros. Aunque voy a dejar esa versión aparte para centrarme en el libro. 

Antes de entrar en materia, me resulta muy interesante hablar de los autores para conocerlos un poquito mejor. A mí, al menos, me ayuda a darle un contexto más amplio a su obra y a sacar algún que otro matiz añadido que de otro modo no hubiera apreciado.

Nacida en Ontario (Canadá) en 1939, Margaret Awood ha sido una gran lectora desde su niñez. Tras sus estudios en el Victoria College (Toronto) y el Radcliff College de Cambridge (Massachussets), fue profesora de Literatura Inglesa en varias universidades de Canadá. Atwood afirma que ha dedicado su tiempo casi por completo a escribir desde 1972; llegó a ser, incluso, la presidenta de la Unión de Escritores de Canadá entre 1981 y 1982. Su reconocimiento internacional como escritora llegó con su novela La mujer comestible (1969) y se consolidó con sus siguientes publicaciones, como Resurgir (1972) o Doña Oráculo (1976), entre otras. 

Además de una estupenda narradora, Atwood destaca como poeta, género que comenzó a escribir con diecinueve años. Su poesía abunda en referencias mitológicas, literarias y culturales, aunque también muestra su interés por la literatura social y comprometida. Destacan en este género Double Persephone (1961), The Circle Game (1964), Two-Headed Poems (1978), Interlunar (1984) o The Door (2007).

Muchas de las novelas de Atwood se han adaptado al cine, al teatro y a televisión; sus libros se han traducido a más de treinta idiomas, entre los que se incluyen el japonés, el persa, el islandés o el turco. Asimismo, la autora ha recibido varios premios, como el Booker Prize en el año 2000, que constituye el máximo galardón de literatura en lengua inglesa, o el Princesa de Asturias de las Letras en 2008, entre otros.

Respecto al libro que nos ocupa, publicado en 1985, la propia autora explica en la introducción que tuvo la oportunidad de vivir y ver cómo se vivía en «diversos países del otro lado del Telón de Acero —Checoslovaquia, Alemania Oriental—», gracias a lo cual pudo experimentar «la cautela, la sensación de ser objeto de espionaje, los silencios, los cambios de tema, las formas que encontraba la gente para transmitir información de manera indirecta, y todo eso influyó en lo que estaba escribiendo». 

Podéis descubrir más sobre su extensa bibliografía en su página web.

El cuento de la criada (1985) se engloba dentro de la ciencia-ficción (lo cual me sorprende, sinceramente, porque no veo muchos elementos del género más allá de enmarcarse en un futuro de origen incierto y futuro), dentro de la distopía y, como la propia autora indica, dentro de la «ficción especulativa». Y es que, aunque es ficción, es tan verosímil, que podría llegar a cumplirse. De hecho, muchos de los elementos que se presentan lamentablemente existen desde hace tiempo en algunas sociedades de la actualidad. 

Así pues, El cuento de la criada es una distopía magníficamente construida, con reminiscencias de las sociedades puritanas primitivas que emigraron a Norteamérica en el siglo XVII y cuya influencia todavía es más que evidente hoy en día. Además, se recogen también las características propias de cualquier sistema totalitario y represivo, con ese tono maquiavélico mediante el cual «el fin justifica los medios» en aras de un supuesto bien común.

Un aspecto muy representativo de esta novela es que la trama se presenta de un modo muy fragmentado, a veces incluso dubitativo y poco claro, lo cual refuerza notablemente el sentir de la protagonista-narradora. Esta manera de narrar, que mezcla pensamientos con descripciones de escenas, recuerdos y emociones, contribuye a crear un ambiente opresivo, angustioso y de cierta irrealidad. Desde mi punto de vista, esta técnica logra transmitir la intención de la narradora de refugiarse en su mente —que percibimos como una maraña de pensamientos difusos y caóticos— para sobrevivir a esa nueva realidad y a un miedo siempre en potencia, presente por todas partes.

También diría (aunque es posible que esto sea una percepción personal) que esta forma de plasmar la realidad, en la que se borran los límites entre recuerdos, reflexiones y hechos tangibles, extrapola nuestra propia percepción del entorno. Es decir, nosotros mismos mantenemos un discurso interno en el que los pensamientos se pasean entre lo que vivimos en cada instante, las reflexiones que dichas vivencias suscitan, los recuerdos que estas nos evocan y esa forma tan particular que tiene la mente de hilar situaciones de un modo a veces irracional. Obviamente, en el contexto de la protagonista, la construcción de la dialéctica mental queda supeditada a la opresión, el miedo, la coerción y una suerte de reprogramación de la forma de pensar que procura el régimen de Gilead. 

Otro aspecto interesante de la novela y de la pluma de Atwood es su absoluta maestría para manejar los tiempos narrativos. Tiene la capacidad de saltar desde la escena que está viviendo en el presente a un recuerdo próximo que enlaza con esa situación y, de ahí, a un recuerdo lejano de cómo eran las cosas antes de que todo cambiara y comenzara ese régimen totalitario. La autora tiene una grandísima destreza a la hora de narrar y lleva al lector desde el pasado más remoto de la protagonista al presente, al mundo de su imaginación y a esa amalgama de pensamientos en los que tiende a perderse a veces. Y lo hace de manera natural, tal como lo haría nuestra propia mente.

En cuanto al personaje de June/Defred, me resulta fascinante que se la retrate tan humana: con miedos, incoherencias, pequeñas rebeldías, inseguridades… Muy real, muy auténtica y, por tanto, muy verosímil, lo cual hace que sea sencillo empatizar con ella. El resto de personajes, sobre todo su contraparte, Serena Joy, son muy potentes y marcan el contraste entre la vida de unas personas y la de otras. Pero, sobre todo, los personajes son fiel reflejo de las distintas formas de pensar de cada «estamento». Atwood realiza un estudio del comportamiento humano cuando se le priva de libertades, cuando se enmarca en un contexto de terror y de desconfianza y cuando se le cercena toda posibilidad de futuro. En el caso de esta historia, se puede ver una repetición del estado paranoico que precedió a los juicios de Salem (1692-1693), aunque también me ha recordado a las represiones soviéticas de los primeros años de la URSS con sus diversas purgas, pero también a la época del macartismo, con esa caza de brujas en la que se estilaban las delaciones y la búsqueda de enemigos por todas partes. Seguro que me dejo un montón de referencias, pero estas son las que me llegan de primeras al acabar el libro. 

No voy a desarrollar un análisis del final, que me parece muy significativo e importante, porque no quiero destripar nada a los lectores. Pero he de decir que revela mucho, muchísimo, sobre nosotros mismos, no solo sobre el mundo que plantea El cuento de la criada.

Antes de acabar quería mencionar las reminiscencias de 1984 de George Orwell en El cuento de la criada. No solo porque hay un claro paralelismo entre ambas historias, con importantes diferencias por supuesto, sino porque me ha llamado mucho la atención que entre ambas novelas haya una separación de alrededor de 36 años y que, aun así, el mensaje siga siendo el mismo: un grupo selecto de personas usurpan el poder y poco a poco implantan, con el beneplácito inicial del pueblo, su dictatura y van extirpando derechos y libertades por «preservar la seguridad de los ciudadanos». Me ha resultado curioso que Atwood publicara su distopía un año después de la fecha en la que transcurre 1984. Como si cada novela distópica dialogara con las demás, para actualizar una realidad o una «ficción especulativa» que bien podría augurar un futuro no tan distante. Ojalá seamos conscientes de esas pequeñas señales de alerta que van en aumento para evitar que se cumpla cualquier futuro distópico.

No me alargaré más, solo decir que la versión que he leído de la editorial Salamandra (ISBN 978-8418173370) es magnífica. El tamaño de la letra es ideal, con un texto cómodo de leer, márgenes holgados y una encuadernación elegante y maleable. Me gusta la portada minimalista y resulta muy práctico a la hora de llevarlo contigo a cualquier parte, porque no pesa ni es aparatoso.

Recomiendo mucho esta novela a cualquier amante de las distopías —recuerda mucho a 1984 de Orwell, de mis libros favoritos—, pero también a todo lector que guste de historias incómodas, muy bien escritas y que no le dejarán, en absoluto, indiferente.

T.


Con las manos en las letras © 2023 by Tania Suárez Rodríguez is licensed under CC BY-NC-ND 4.0 

Una respuesta a “El cuento de la criada de Margaret Atwood”

  1. Avatar de ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? de Philip K. Dick – Con las manos en las letras

    […] decir que el libro es muy bueno y me ha sorprendido (muy) positivamente. Al igual que me pasa con Margaret Atwood, este es el segundo libro que leo de Philip K. Dick y me declaro muy fan de sus novelas. No solo […]

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