Esta es mi cuarta distopía del año (no puedo negar mi atracción por este género). Tenía ganas de leerla sobre todo por el trabajo que hace el autor con el lenguaje y que, he de decir, me ha resultado fascinante. Breve digresión: adelanto que estoy esbozando un ensayo acerca del poder del lenguaje como herramienta de manipulación y control de masas, aunque también analizaré sus usos más hermosos, artísticos y nobles.
Volviendo a La naranja mecánica, reconozco que ha sido algo tedioso y frustrante al principio enfrentarme a un lenguaje inventado —sobre todo cuando tenía que consultar constantemente el apéndice—; no obstante, resulta muy interesante y efectista a medida que «te metes» en la forma de hablar del protagonista. Y es que Anthony Burgess se inventó el «nadsat», un lenguaje que utilizan los adolescentes y que combina palabras en ruso, argot típico del gremio de los ladrones, jerga rimada cockney, vocablos en romaní y algunos términos inventados que derivan de palabras previamente existentes.
No solo eso, sino que, además, el autor reproduce —de un modo magistral— la forma de hablar típica de un quinceañero. Es decir, con la característica manera de explicar las cosas (sobre todo con una superabundancia de expresiones del tipo «es como…»/«it’ like…») que solemos tener cuando estamos en esa edad. Y esto choca con el pedantismo del que hace gala nuestro protagonista, Alex, quien resulta ser bastante culto, a pesar de todo.

Por otro lado, también quería leer esta novela por el alegato contra la violencia que hace el autor, precisamente desde la visibilización de lo que se denomina en el libro «ultraviolencia». Se plasma de un modo muy crudo (y explícito) una carencia absoluta de moral y empatía en el protagonista y sus amigos (en casi todos los personajes que le rodean, en verdad) y podemos ver como esa amoralidad lleva a un placer exacerbado de la agresividad. Sin embargo, y más allá de eso, la novela presenta una clara crítica al sistema y a cómo este ejerce una relación de poder, opresión y eliminación de la libertad de elección de los ciudadanos.
El leitmotiv de la violencia es sólo el punto de partida que pretende poner en relieve la agresividad endémica que ejercen unas personas sobre otras, una relación tóxica de poder que contamina a todos los miembros del sistema, naturalizando la brutalidad como parte intrínseca de cualquier tipo de relación social y humana.
Este tipo de violencia es fruto de la ira, de la incapacidad de ponerse en el lugar del otro y de sentirse superior a aquel, lo cual se refuerza, como digo, con el uso del lenguaje que también está preñado de agresividad y fiereza. Es muy interesante la capacidad de la palabra para potenciar dicha violencia, algo que ya se veía de un modo magistral en el 1984 de Orwell.

Así pues, el autor da foco a un problema que ya a comienzos de los años 60 preocupaba y que sigue siendo plenamente vigente: abuso de poder, opresión y violencia generalizada (y normalizada). Desde mi punto de vista, diría que también hay una crítica contra la manera que tienen tanto los medios de comunicación como los políticos de instrumentalizar a las personas como objetos que les permitan guiar y manipular a la opinión pública.
Es cierto que Burgess crea un mundo distópico, influido por las drogas y la casi ausencia de autoridad (al menos inicialmente), pero sorprende lo mucho que esa realidad se parece en muchos puntos a la nuestra. Me atrevería a decir que este es un fiel retrato de cómo funcionan las relaciones de poder, de cómo quien tiene ese poder lo ejerce sencillamente porque puede y porque quiere perpetuarlo; siempre basándose en la violencia.
El libro de Burgess apenas tuvo éxito cuando salió a la venta en 1962, más allá de círculos underground en Inglaterra. Sin embargo, cuando Stanley Kubrick la llevó al cine en 1971, junto a la brillante (y escalofriante) actuación de Malcom McDowell, se convirtió en un éxito. Es cierto que en algunos países la censuraron y que en otros ni siquiera llegaron a estrenarla, pero me parece una adaptación muy lograda y una película excelente a nivel visual, estético y cromático. Hay un documental muy chulo que habla sobre la película y la polémica que suscitó durante aquellos primeros años. Se titula La naranja prohibida y cuenta con la voz en off de Malcom McDowell, os lo recomiendo; es muy interesante.

En cuanto al libro de Burgess, recomiendo su lectura con mirada abierta y crítica (constructiva, no destructiva-hater), tratando de ir más allá de esas opiniones que he leído diciendo que es una novela que ensalza la violencia, lo cual, claramente, no es cierto, ya que tan solo visibiliza un hecho muy real y actual. Es más, si investigáis un poquito veréis que la novela surge como consecuencia de un episodio violento contra la primera esposa del autor. Burgess quiso denunciar así la total impunidad de este tipo de actos.
P.D. Me gustó descubrir un final algo diferente al de la peli en el libro.
T.
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