Hace unas noches la vi. Llena, hermosa, protagonista de la nocturnidad. Misteriosa, inalcanzable. Todo a su alrededor se licuaba, yo solo tenía ojos para ella. Y empecé a pensar en la noción de la belleza. De lo subjetiva que puede llegar a ser.
Olía a tierra mojada por los aspersores del parque y con aquella enorme luna de octubre que me acompañaba en la madrugada, pensaba en la belleza, sí. Recordé a cierta persona que no dejaba de enaltecer esa cualidad, de decir que todo lo que él amaba era la belleza «pura». Lo demás, decía, «es absolutamente irrelevante». Cuando lo dijo, fui tan despistada de no preguntarle qué era eso de «belleza pura». ¿Acaso existe? Algo tan perfecto, ¿no produce rechazo?
Recuerdo que mi cabeza bullía con preguntas: ¿qué pasa cuando algo bello es sometido a la mano del tiempo? ¿Acaso solo existe la belleza superficial, la transitoria? ¿Aquello que lo es, es bello precisamente por su caducidad? ¿Qué clase de cualidad es la belleza que solo se admira cuando está y se olvida cuando desaparece? ¿No es una suerte de maldición, entonces, ese tipo de belleza que primero ensalza lo que toca y luego lo relega irremediablemente al olvido?
Tengo la sensación de que aquellos que buscan la «belleza pura» buscan, en realidad, la condición de inalcanzable. Lo singular, lo inaccesible. Al menos esa cierta persona que me vino a la cabeza aquella madrugada. ¿Es quizá la «inalcanzabilidad» de un sujeto/objeto lo que le vuelve bello? ¿Pierde su belleza cuando se consigue alcanzar? Si es así, ¿qué queda? Y ¿qué sentido tiene perseguirlo?
La belleza puede ser aquello que envuelve otra cosa y que, una vez despojada de su carcasa, la cosa en sí pierde toda cualidad de bella. Pero, si el envoltorio no es bello, ¿acaso lo que encierra no es digno de ser descubierto? Podría albergar bellezas muy superiores (y eternas) de las que su embalaje exterior anunciara. La belleza no es solo un rostro bonito, unos ojos fascinantes o una sonrisa que alegra el corazón, la belleza puede esconderse en la bondad, en la autenticidad, en una atención desinteresada y verdadera.
Hay belleza que está; hay belleza que es.
La belleza que «está» es circunstancial, tal vez sea esa a la que llaman inalcanzable y que, una vez obtenida, pierde parte de su encanto. Es, por tanto, efímera.
La belleza que «es» permanece. Y siempre existirá en quienes presten atención. Puede cambiar, pues todo está sometido a alquimia del tiempo, pero no tiene por qué diluir su cualidad de bello. Es, por tanto, constante.
Aquella noche de luna llena, con olor a tierra mojada y un cuco cantando en la lejanía, recordé las palabras de cierta persona. Fue alguien cuya opinión tenía en gran estima, cuyos puntos de vista yo valoraba casi incondicionalmente al ser una figura de referencia en el mundo de la escritura y la poesía. Reconozco la crisis que me provocó escuchar aquel alegato de la belleza; me sentí excluida, enjaulada en un mundo ajeno, al que no pertenecía, al que no lograba entender.
En aquel entonces pensé: si difieren nuestras percepciones de la belleza, ¿es posible que lo que yo escriba pueda considerarlo alguna vez bello o, siquiera, bonito? Esa duda me acechaba desde que le escuché; mi sentimiento de alienación se volvió desproporcionado.
Pero el tiempo tiene una mágica propiedad. Y aquella noche bajo la inasible mirada de la luna llena me di cuenta de que lo que él pensara me daba igual.
y me dueles, dolor en ecos
en otoños que fueron y no quisieron
regresar
se marcharon sus sombras perfiles
hojas de recuerdos hojas de óxido hojas
de una tierra que escribí
al soñar
lunas de papel caducado y ecos
de otoños en haikus
y me dueles dolor
en gritos subtitulados solo belleza
solo dolor
T.
Con las manos en las letras © 2023 by Tania Suárez Rodríguez is licensed under CC BY-NC-ND 4.0







