Hace unos días me puse a hablar con mi mejor amiga, con quien comparto mi afición por la lectura. De hecho, nos conocimos en la facultad y desde entonces hemos compartido cientos de libros y charlas literarias súper interesantes y entretenidas. El caso es que empezamos a hablar de los últimos libros que ha leído cada una, de la cantidad infinita (y peligrosamente creciente) de libros que nos queremos leer y del poco tiempo que tenemos para ello.
Desde aquí aprovecho para culpar a la frenética sociedad en la que vivimos de que los lectores frenéticos no dispongamos de más tiempo para leer. ¿Pero qué osadía e insolencia es esa? ¡Esto es una ignominia! ¿Cómo es posible que, de tantas horas que hay a la semana, solo podamos leer unas pocas (eso si nos lo permiten nuestras obligaciones «sociales mandatorias», a saber: trabajar para poder comer y, obviamente, comprar más libros)? A ver, que yo ahora no me puedo quejar. Estar en paro tiene sus ventajas en formato tiempo. Pero también sus inconvenientes, claro. ¿Sabéis lo frustrante que es no poder comprar prácticamente ningún libro? ¡Ay de mí! En fin, siempre quedarán las bibliotecas…
Bueno, ya está bien de dramas que me voy de tema.
El asunto en cuestión es que mi mejor amiga y yo hablamos de que parece haber dos perfiles distintos de lector: el que compra libros compulsivamente y tiene estanterías llenas de libros por leer y el que solo compra cuando ha terminado el libro con el que estaba. Quizá haya más, pero nosotras hablamos de esos dos.
Para entendernos gráficamente:
– Sujeto de estudio A: va feliz por la calle, entra en una librería sin entender muy bien cómo ha llegado hasta allí y echa un vistazo (completamente inocente y sin propósito oculto alguno) a ver qué hay. De repente, puede percibir con claridad una nube alrededor de sus recuerdos: todo está difuso, borroso. Tiene vagos flashbacks a modo de instantáneas de lo que sucedió: un libro en sus manos, luego dos, tres…, un dependiente muy simpático, una tarjeta introduciéndose suavemente en una ranura como si fuera mantequilla, una disminución considerable en su cuenta bancaria… Y vuelta al momento presente: una bolsa repleta de libros nuevos por leer y la inevitable mirada de reproche de aquellos que estaban ya residiendo en su propia estantería.

– Sujeto de estudio B: al igual que el anterior, va feliz por la calle, rememorando las últimas páginas que ha leído esa mañana de su actual libro. Ve una librería y entra, por simple curiosidad. En su mente no cabe ni siquiera la sombra del pensamiento de comprar otro libro, ¿cómo podría hacerlo, si está en mitad de una lectura? Eso sería casi como caer en la infidelidad o algo peor aún: no devolver un libro prestado. Así que su único objetivo es curiosear, ver las últimas tendencias, admirar las nuevas ediciones de libros que ya ha leído y, quizá, anotar algunos títulos que capten su interés. Sale de allí embriagado del aroma a papel impreso, a tinta viva, a mundos lejanos al alcance de una hoja. Pero su mente, aunque tentada, permanece fija en regresar a casa y retomar el libro que tiene a medias mientras paladea una buena taza de café.
La conclusión a la que llegamos es que estas dos especies diferenciadas de sujetos lectores no se entienden mutuamente. El sujeto A diría, cual yonqui en pleno mono, que necesita comprar más libros, que una fuerza sobrenatural ajena a su control le empuja a hacerse con todos (como con los Pokémon); mientras, el sujeto B diría que qué necesidad de comprar libros compulsivamente si ya tiene uno entre manos y que toda su concentración y su amor «libril» debe recaer en él.

La razón por la que alcanzamos esta conclusión es porque, tanto mi mejor amiga como yo, pertenecemos a la primera categoría: tenemos una necesidad física, irracional e imperiosa de comprarnos nuevos libros (son nuestro tesoooooro, como diría nuestro entrañable Gollum), aunque los leamos dos o tres años después. O cuando sintamos «su llamada». Creo que, a quien le haya pasado sabrá de lo que hablo. El caso es que nos ilumina el corazón el simple hecho de ver los libros, tan bonitos ellos, apilados en las estanterías de nuestros hogares. Y el proceso de compra compulsiva de libros es muy bonito, aunque te vacíe el bolsillo, te llena de adrenalina el cuerpo, que eso da mucha alegría también.
¿Con qué categoría os sentís identificados vosotros? ¿Hay alguna otra categoría de la que os gustaría hablar?
Nos leemos pronto; ¡felices lecturas!
T.
Con las manos en las letras © 2023 by Tania Suárez Rodríguez is licensed under CC BY-NC-ND 4.0









Deja un comentario