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La estela de Roald Dahl

La estela de Roald Dahl

He querido dejar pasar unos días antes de ponerme a escribir esta entrada sobre las modificaciones que quieren implementar en la obra de Roald Dahl. Lo he hecho sobre todo por dejar reposar la información, las emociones y sentimientos que (me) ha provocado, pero también para facilitarme a mí misma la posibilidad de escribir con cierta distancia, buscando el pensamiento crítico y unos ánimos más atemperados. Lo contrario de lo que está de moda, vamos: criticar sin reflexionar previamente.

Imagino que sabréis que alrededor de dos semanas se hizo pública la noticia de que en Reino Unido van a reescribir las obras de Roald Dahl para (y cito a The Guardian:) «eliminar el lenguaje considerado ofensivo». Por más que he intentado entender esta situación, no lo consigo, lo lamento. No lo comprendo. Me puse a reflexionar sobre el tema haciendo paralelismos con otros contextos, como por ejemplo el arte, para intentar arrojar algo de luz a esta situación, cuanto menos sorprendente.

Así que pensé en el movimiento vanguardista de principios del siglo XX. Me vino a la cabeza la obra de Dalí, que me encanta, o de Picasso, un gran incomprendido en su época por una considerable parte de la sociedad. Esto nos muestra que un cuadro puede ser ofensivo, sí. Y que una pintura puede remover sentimientos cómodos o incómodos en quien la admira, también.

Pero, cabe preguntarse dos cosas: por un lado, aquello que la obra de arte evoca y detona en su público, ¿lo provoca esa misma obra de arte o es, más bien, reflejo de lo que la persona encierra en su interior?

Y, por otro lado: ¿solo porque algo incomode o suscite emociones que cuesta digerir hay que censurarlo, trepanarlo, descuartizarlo, destrozarlo y luego montarlo al gusto del consumidor? ¿Acaso el fin último del arte no es provocar al público y hacerle sentir emociones intensas?

El movimiento vanguardista fue una auténtica revolución y una declaración artística que, sobre todo, removía conciencias. Buscaba incendiar ese espíritu de pensamiento crítico y no conformista, que cuestiona las estructuras, los modos y las morales sociales. Pero la riqueza del pensamiento crítico es precisamente la dialéctica: la capacidad de poder dialogar, razonar, criticar desde el respeto, sin imponer sino más bien argumentando. Si empezamos a censurar, que es lo que está ocurriendo con la obra de Roald Dahl, rompemos esa dialéctica. Imponemos una sola visión, la visión de quien la instaura.

Así, los que piden respeto no respetan. Los que se sienten ofendidos, ofenden.

Esta neocensura elimina de un plumazo la capacidad de aprendizaje porque la acción de aprender requiere de un referente: dónde queremos reflejarnos, pero también y muy especialmente dónde no queremos reflejarnos. Es exactamente como la célebre frase: «quien no conoce su historia está condenado a repetirla». Sin lugar a dudas. Si no conocemos qué pasó antes o qué referentes educativos no queremos tomar de ejemplo, acabaremos cometiendo los mismos errores o incluso peores.

Tras esta reflexión, vuelvo a la polémica con la obra de Roald Dahl. La literatura, desde mi humilde opinión, es también una obra artística. Y, como tal, busca «remover algo por dentro» del lector.

Personalmente no estoy de acuerdo con mutilarla de la manera que pretenden. Uno, porque están atentando contra la propiedad intelectual del autor, contra su creación artística y contra su legado, que ha acompañado a multitud de niños y adultos durante años. Y dos, porque si es una obra con la que se sienten ofendidos, indignados o que sencillamente no les gusta, es tan simple como no leerla. Igual que si un cuadro te ofende, no lo miras. Si una idea política no te convence, no la apoyas. Si un libro no te gusta, no lo lees. Y listo. Actualmente tenemos la suerte de contar con miles de alternativas distintas que se adecuan a todos los públicos y todas las sensibilidades.

De lo contrario, estaríamos volviendo a la quema de libros de la Santa Inquisición y de los regímenes totalitarios o a la caza de brujas del siglo XVII.

Dejemos el legado de los grandes autores y referentes de la historia y construyamos juntos una sociedad más tolerante y comprensiva. Parémonos a desarrollar y cultivar el pensamiento crítico. Y seamos sinceros con nosotros mismos: eso que hay ahí fuera, ¿me ofende porque es denigrante y pretende causar un daño real o soy yo quien crea la ilusión de ofensa y es mi ego el que se siente insultado?

El debate (crítico y constructivo) queda abierto.

Nos leemos pronto. ¡Felices lecturas!

T.

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