Una habitación propia de Virginia Woolf

Una habitación propia de Virginia Woolf

Virginia Woolf es quizá uno de esos nombres que conoce la gente de manera difusa. Pueden venir a la cabeza opiniones imprecisas del tipo «ah, sí, una feminista del siglo pasado» o «una de esas escritoras que se suicidó». Resulta triste ver que a una escritora de la talla literaria de Woolf la simplifiquen despiadadamente de esa manera. O a cualquier escritor, en realidad.

Esta reseña aspira a prender la llama de la curiosidad en el lector, pero sobre todo pretende reivindicar el enorme valor artístico de este clásico de la literatura modernista de principios del siglo XX, más allá de su posición ideológica.

Una habitación propia vio la luz en 1929 y, aunque la mayor parte de la crítica se empeña en archivar esta obra dentro de la estantería de los ensayos, el valor literario y lírico, la forma de hilvanar las palabras y construir los pensamientos y el talento de la autora para describir vívidamente las distintas escenas, me llevan a pensar más en una novela ensayística que en un ensayo al uso.

El título encierra una profunda complejidad y una declaración de principios. Si bien no es el típico título que atrapa al lector a primera vista, su importancia va cobrando fuerza a medida que avanza la lectura, por lo que resulta de lo más acertado. Asimismo, constituye una joya multifacetada que cambia, se moldea y varía según la miremos y la interpretemos.

Virginia Woolf compuso esta obra a partir de las charlas ofrecidas a unas estudiantes de diversas instituciones académicas británicas entre 1927 y 1928. Posteriormente, tomó sus notas y las organizó, dándoles un aspecto más formal. Por ese carácter oral que se percibe al leer el texto y que le dota de cierta musicalidad, la estructura en capítulos parece quebrar ligeramente el discurso; sin embargo, como no van titulados, la lectura no pierde su fluidez. Probablemente, esta división sea intencionada, ya que se percibe un cambio de matiz dentro del tema central al inicio de cada capítulo.

Dos de los aspectos más interesantes de esta obra son el uso del tiempo y, muy especialmente, la maleabilidad del punto de vista. En cuanto al primero, Woolf es capaz de tomar de la mano al lector para llevarle «a danzar a través del tiempo». Aunque al principio cuesta un poco seguirle el ritmo en sus saltos del presente al pasado, luego a un presente imaginario, de vuelta al pasado y, una vez más, a un presente hipotético, la lectura no se ve afectada en absoluto y te acabas rindiendo a esos vaivenes temporales.

En ese sentido, la forma de moldear los tiempos narrativos aporta mayor consistencia y coherencia a su discurso, ya que se apoya en estos saltos en el tiempo (y, en ocasiones, en el espacio) para tejer magistralmente sus argumentos y dotarles de mayor valor. Diría, incluso, que Woolf despliega sus razonamientos como si de un pintor vanguardista se tratase: juega en su lienzo con las palabras, convirtiéndolas en figuras cargadas de fuerza expresiva, perfila imágenes vivas y llenas de intensidad que juegan a colorear el texto.

Con respecto al segundo aspecto, la autora tiene la asombrosa capacidad de cambiar de punto de vista varias veces en mitad de una misma frase, sin que ello entorpezca la narración. Es más, estas digresiones aportan mayor naturalidad a su discurso, de forma que parece que la autora esté charlando con el lector en igualdad de condiciones, confiándole una opinión personal.

Del mismo modo, Woolf articula su texto siguiendo la estructura de la escritura automática de André Breton y los surrealistas. Así, la autora nos abre una ventana a su mente, a sus pensamientos, desordenados y caóticos que, paradójicamente, están cargados de sentido común. Es en esta estructura de aparente anarquía literaria donde nos expone su tema: la defensa de la independencia de la mujer para realizarse como escritora.

Con este leitmotiv, la autora construye sus argumentos combinando referencias históricas, pensamientos reales e inventados y escenarios ficticios que apoyan sus hipótesis. Quizá lo que hace tan maravillosa su lectura es la entreverada influencia modernista, con la que también rompe en cierto modo, dejándose llevar por sus propios instintos e impulsos creadores, sin dejarse limitar por estructuras preconfiguradas.

En cuanto a la edición, he leído la publicada por la editorial Seix Barral (ISBN 9788432237744), editada por Elena Medel e ilustrada por Sara Morante. La encuadernación es en tapa dura, de buena calidad y fácil de leer, no resulta incómodo pese a la rigidez de las tapas. Está muy bien maquetada, con un tamaño de letra adecuado y bastante espacio alrededor de los textos, lo que permite hacer anotaciones o incluir post-it dejando libre la zona del texto. Las ilustraciones, a todo color y de lo más interesantes, dinamizan la lectura y aportan un valor añadido a esta edición.

La traducción, desde mi punto de vista, es muy buena, profesional y cuidada; además, mantiene el espíritu original de la obra de Woolf sin caer en vocablos más propios del siglo XXI.

Recomiendo la lectura de este libro porque es una delicia ver cómo Woolf plasma sus argumentos, cómo logra encontrar un equilibrio perfecto entre la aparente anarquía de sus pensamientos y las ideas elaboradas producto de la reflexión.

Es, además, una magnífica forma de aproximarse a las corrientes modernistas, incluso aunque la autora las haga suyas y las afine a su voluntad. Asimismo, el magistral uso de los tiempos narrativos, la experimentación con los puntos de vista y el preciosismo moderado de sus descripciones hacen de Una habitación propia una lectura obligada para los amantes de la buena literatura.

Nos leemos pronto. ¡Felices lecturas!

T.


Con las manos en las letras © 2023 by Tania Suárez Rodríguez is licensed under CC BY-NC-ND 4.0 

2 respuestas a “Una habitación propia de Virginia Woolf”

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