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El guerrero errante

El guerrero errante

He rescatado un pequeño cuento con trasfondo filosófico que escribí hace varios años, concretamente en 2014, cuando volví de China. Ya os contaré ese apasionante viaje, por el momento os dejo con «El guerrero errante» que, además, es una muestra de mi profunda pasión por las culturas asiáticas, sobre todo Japón y China. Iré compartiendo varios relatos breves enmarcados en esos dos bellísimos países. (Por cierto: sí, la de la foto de arriba soy yo).


Hace mucho, mucho tiempo existió un guerrero que vagaba solo por las extensas tierras de China. Caminaba sin rumbo fijo, a la deriva, con sus pensamientos como única compañía. Había pasado por duras pruebas en su vida y únicamente deseaba andar y recorrer mundo para dejar atrás los errores del pasado. A veces sentía que todo lo que hacía estaba mal, que por más que luchaba por ser buena persona acababa haciendo algo que hería a los demás. Por eso prefirió irse lejos, para no volver a cometer el mismo fallo. Si estaba solo, nadie más volvería a sufrir por su causa.

Sabía lo que era estar solo, ya lo había estado antes, pero no tenía miedo de eso. Tenía un objetivo claro y trataría de cumplirlo costase lo que costase. Decidió entregar su vida a lo que más amaba, el Kung Fu. Su eterno compañero, su inagotable fuente de paz y sabiduría, su equilibrio. Él y el Kung Fu; siempre juntos.

Así, pasaron años y el guerrero errante visitó diversas aldeas, conoció sus técnicas, las disfrutó y trató de darles también una parte de sí mismo, de lo que él conocía y amaba. Constantemente se equivocaba, pero trataba de aprender de cada experiencia, aunque siempre procuraba no quedarse demasiado tiempo en ninguna de ellas. Temía relajarse, bajar la guardia y permitir que sus miedos y dudas le llevaran a cometer un nuevo error. Así que siempre se iba, lejos, a retomar su camino a ninguna parte.

Cada día entrenaba con todo su espíritu; desde que se levantaba, se entregaba incondicionalmente al Kung Fu. Era todo lo que tenía, era su pasión, su alimento, su vida.

Un día fue a entrenar a una zona que no había visto antes. Era un claro en el bosque, con una hermosa cascada que estallaba en su máximo esplendor en un río de abundante caudal. Cerca de la cascada, en mitad del arroyo, había unas piedras grandes donde el guerrero podría entrenar su equilibrio y su destreza en una superficie complicada. Además, no imaginaba mejor lugar para entrenar qi gong y meditación. Dejó su hatillo en la ladera y saltó hábilmente hasta llegar a la piedra más alejada y grande. Pasó horas allí, entrenando su Kung Fu interno, dejando que la naturaleza le envolviera y todo su poder y energía.

Entrada la noche, cuando empezó a refrescar, el guerrero errante decidió refugiarse en algún lugar para tomar algo de cena y dormir. Cuando se levantó, notó sus piernas dormidas, pero hizo caso omiso a esa sensación. De un salto, volvió a la orilla del río. Sin embargo, cuando sus pies tocaron el suelo, notó un calambre que se extendió desde los talones hasta la base de la nuca. Su rostro reflejó el profundo miedo que sintió, pues sabía que era mucho más que un simple calambre.

Al intentar andar fue consciente de que no podía hacerlo: sus piernas no le respondían. Se derrumbó en el suelo, lleno de miedo y asustado por lo que aquello podía significar… No solo no podía andar, sino que no podría entrenar Kung Fu. Con la mirada perdida, entre lágrimas, gritó desesperado a la oscura noche. «¿Qué va a ser de mí ahora?». Permaneció allí durante horas, desorientado, atormentado y lleno de temor. Era consciente de que había perdido lo único que tenía, que estaba completamente solo en el mundo y que ya nada tenía sentido.

Casi al rayar el alba, el guerrero errante, cuyos ojos estaban secos de tanto llorar y cuya alma estaba completamente destrozada por su destino, escuchó un ruido tras él. Alguien o algo se acercaba. Pero le daba igual; incluso aunque vinieran las alimañas a comérsele, le era indiferente, sólo quería que aquel sufrimiento cesara.

El ruido se hizo más intenso hasta que el guerrero notó que una presencia estaba a su lado. Giró la cabeza y vio un pequeño y precioso mapache observándole, con unos enormes ojos negros que le sonreían.

«No temas, guerrero, no te dejes cegar por la desgracia pues no todo está perdido. Debes afrontar tus miedos, debes abrirte al mundo, dejarte conocer y entonces serás consciente de que no has perdido nada, de que siempre lo has tenido, pero no lo habías visto. El Kung Fu no consiste únicamente en un conjunto de movimientos y un trabajo físico. El Kung Fu te define y te acompaña, te ayuda a afrontar la vida, te enseña, te cuida, te guía. Está dentro de ti. Que no puedas entrenar no significa que no esté contigo. Está más que nunca, para que no dejes de luchar, para que no te rindas, para que sepas que debes seguir adelante pase lo que pase».

El guerrero errante no salía de su asombro; aquel ser tan sabio le había abierto los ojos. Sus miedos, sus dudas, le habían impedido ver que no era el fin, sino el inicio de un nuevo camino, de una nueva travesía que debía emprender. No sabía cómo lo haría, no sabía a qué se enfrentaría ni qué pasaría a partir de ese momento, pero decidió, por una vez en su vida, vivir sin miedo.

T.


Con las manos en las letras © 2023 by Tania Suárez Rodríguez is licensed under CC BY-NC-ND 4.0 

2 respuestas a “El guerrero errante”

    1. Avatar de Tania Suárez Rodríguez

      No sé si recuerdas que este cuento lo escribí inspirada en ti… 🥰🥰

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