Debo de ser un bicho raro. Muchas veces me lo planteo seriamente. De hecho, ha llegado a mis oídos que piensan que lo soy. ¿Sabéis por qué? Dicen que soy rara porque prefiero irme de compras a las librerías antes que a las tiendas de ropa. Porque me gusta más leer y escribir durante horas en lugar de pasarme el día en centros comerciales o buscando bolsos y maquillaje (¿para qué habría de gastarme 100€ en potingues cuando podría invertirlo todo en libros? ¿Acaso los libros no son la mejor inversión del mundo mundial?). Otra de mis rarezas quedó expuesta hace unos días.
Unas conocidas empezaron a charlar sobre la costumbre de sus parejas de ver, una y otra vez, las mismas películas y sobre como, con las comedias del estilo de Monty Python o Mel Brooks, podían reírse cada vez que las veían e incluso más que la primera vez. «¡No entiendo que se sigan riendo si ya saben lo que va a ocurrir! ¡Qué infantiles son!», decía una. «¿Para qué ver la misma película varias veces? La ves una o dos, como mucho, y listo», argumentaba otra.
Yo me mantuve en silencio, observando y escuchando. Quizá se me escapó alguna sonrisa apacible sin querer.

Curiosamente, lo que me vino a la cabeza no fue la imperiosa necesidad de mostrar mi (profundo) desacuerdo. O de manifestar mi defensa hacia sus incomprendidas parejas. Lo que me vino a la cabeza, en verdad, fue una sensación de tristeza.
«¿Por qué?», dirá alguno.
Muy sencillo.
En mi experiencia, el hecho de ver varias veces una misma película me regala la oportunidad de sacar muchos más matices y percibir detalles que se me habían pasado por alto la primera vez que la vi. Además, cada vez que veo una peli que me gusta, me fijo en otros aspectos de esta, como en el juego de colores o la iluminación, los encuadres y las transiciones, los detalles de segundo plano o de vestuario, el simbolismo oculto en algunos elementos aparentemente secundarios… Habré visto Matrix y Blade Runner mil veces y sigo sacando cosas muy interesantes.
Lo mismo me pasa con los libros, aunque diría que me ocurre incluso con más intensidad. Cuando vuelvo a leer un libro, me habla de formas muy diferentes, sobre todo si pasa bastante tiempo desde que lo leí por primera vez.
Una segunda (tercera o enésima) lectura nos ayuda disfrutar más de la forma en que están construidas las frases, de cómo se describen las escenas o la psicología de los personajes, de la manera en que se desarrolla la trama… Ya sabemos lo que ocurre y no hay misterio, sí, pero eso nos quita cierta «ansiedad» por llegar corriendo al final a ver qué pasa y nos da la oportunidad de deleitarnos en el acto mismo de leer y de disfrutar de la labor artística del autor.

Obviamente, ni el libro ni la película cambian, pero nosotros sí. Por tanto, lo que «extraemos de la trastienda» de los libros y las películas va a variar mucho en función del momento vital en el que nos encontremos. Y aquello que vayamos aprendiendo expande nuestra manera de interpretar el mundo, ayudándonos a ver todo con perspectivas que quizá antes ni nos hubiéramos planteado.
Y es que, como decía Heráclito (¿o era Plutarco?): «ningún hombre puede cruzar el mismo río dos veces, porque ni el hombre ni el agua serán los mismos». Cambiemos a nuestro antojo lo de «cruzar las aguas» por «leer libros» y «ver películas» y tenemos el mismo resultado.
Por eso, como decía un poco más arriba, me resulta triste que la gente no vea todas las posibilidades que hay para disfrutar de las cosas con una mirada diferente. De alguna manera me parece una forma de perder la inocencia y la mirada ilusionada que teníamos de pequeños.
Pero qué sabré yo, que cuantas más cosas aprendo, más ignorante me siento…
Nos leemos pronto. ¡Felices lecturas!
T.
Con las manos en las letras © 2023 by Tania Suárez Rodríguez is licensed under CC BY-NC-ND 4.0









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