Escapé de mi jaula para respirar un poco de aire fresco. El día era una pesada losa sobre mis hombros y respirar había comenzado a ser una tortura. Dejé atrás el mundanal ruido de la ciudad, su manto gris y monótono, y me dirigí por el minúsculo puente, enmarcado por cardos y ortigas, hacia el campo abierto. Era una suerte de umbral entre la realidad más execrable y domesticada por la humanidad y el mundo salvaje, natural y mágico de la naturaleza. Yo sabía a quién pertenecía.
La carcasa de mi cuerpo podía moverse como un autómata por las anodinas calles pavimentadas. Pero mi mente, mi espíritu y, sobre todo mi corazón, tenían las raíces abrazando la tierra. De allí nunca podrían arrancarme.
Al cruzar ese mágico umbral, sentí mi peso más ligero y la respiración, infinitamente más fácil. Volvía a sentir mi cuerpo vibrando, palpitando con la tierra y la savia de los árboles más ancestrales. Las voces cantarinas de los animales retozando por los prados y el sonido de las ramas acunadas por la brisa eran un bálsamo que iluminaba mis ojos y ensanchaba mi sonrisa.
Las únicas huellas humanas eran los tendidos eléctricos que empañaban ligeramente la belleza del firmamento. Como rebeldía, una bandada de pájaros decidió dibujar las notas de un pentagrama musical con sus siluetas recortadas contra el cielo.
Yo casi había cedido ante la horrible realidad de una vida abocada al bucle infinito de las convenciones sociales. Donde quieren destruir tus sueños y esperanzas para transformarte en una pieza más del sistema. Una pieza con forma de círculo intentado ser encajada en un simple y limitado cuadrado. Absurdo.
Pero todo eso se disolvió en el olvido en cuanto crucé el umbral. Al ver la partitura de los pájaros sobre el cielo, sentí que aún había esperanza. Mi espíritu rebelde renació entonces de sus cenizas y decidió romper las cadenas que le oprimían.
Me adentré más aún en el campo y mi carcasa volvió a completarse. Cuerpo, mente, corazón y espíritu.
En ese momento, las notas que dibujaban los pájaros comenzaron a sonar en mi cabeza con fuerza: una música primitiva, ancestral, poderosa.
Solté los despojos de las cadenas que me lastraban y desparecí, fundiéndome con la melodía de la naturaleza.
T.
Con las manos en las letras © 2023 by Tania Suárez Rodríguez is licensed under CC BY-NC-ND 4.0









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