La palabra «robot» es un vocablo que nos resulta familiar y que, además, es bastante común en nuestros días. Puede que se cuele en nuestra mente la imagen de unos autómatas fabricados para ayudarnos o, en el peor de los casos, reducirnos a cenizas. Suele asociarse la palabra «robot» a la literatura de ciencia ficción, al cine o a los últimos avances de los ingenieros del MIT. Por eso, yo me quedé de piedra cuando descubrí que la primera vez que se usó este término fue en 1921 por un checoslovaco del que hoy se sabe poco o nada.
El dramaturgo Karel Čapek creció en una Checoslovaquia recién independizada del Imperio Austro-Húngaro y tenía la Primera Guerra Mundial muy presente. Ante esa amenaza invisible y constante, todos los avances tecnológicos se ponían al servicio de la guerra, por temor a que estallara un nuevo conflicto bélico. Este caldo de cultivo permitió a Čapek retratar la fragilidad de la civilización europea en sus historias de ciencia ficción, que también traslucen cierta influencia de Kafka, H.G. Wells e incluso del Frankenstein de Mary Shelley.

R.U.R. es una obra de teatro estrenada en 1921, con un marcado humor trágico, en un contexto de ciencia ficción y que ofrece una curiosa distopía fatalista. A Čapek se le ocurrió esta obra cuando tenía tan solo veinte años. Lleno de emoción, fue corriendo al estudio de su hermano Josef a decírselo y le explicó el argumento, pero no tenía claro cómo denominar a los seres artificiales que protagonizarían la historia. Al principio pensaba llamarles Labori, pero le parecía excesivamente erudito.
Entonces, su hermano Josef le sugirió llamarles «Robots», una palabra checa que hacía referencia a una peculiar forma de esclavitud –legal– practicada en la zona de la actual Chequia en 1800. Digo «peculiar» porque consistía en una forma de trabajo en la que los campesinos estaban obligados a estar bajo las órdenes de los terratenientes durante noventa días, sometidos a su absoluta voluntad. El resto del año, los campesinos eran relativamente libres, con las obligaciones propias de los trabajadores de la época y con el consuelo, al menos, de llevarse algún beneficio de sus trabajos.

R.U.R. cuenta la historia de la fábrica Rossum’s Universal Robots, ubicada en una isla aislada y apartada de Europa, en la que vive un grupo de ingenieros, investigadores y doctores dedicado a construir robots. La aparente calma se ve perturbada cuando llega Helena, una hermosa joven que visita la isla para averiguar qué hacen allí y luchar por los derechos de los robots, que se utilizan exclusivamente para trabajos forzosos.
El director de la fábrica, Domin, le explica que los robots se han diseñado sin sentimientos y que su objetivo es trabajar para hacer más fácil la vida a los humanos. Tienen tanto éxito, que exportan varias unidades por todo el mundo; sin embargo, los robots comienzan a usarse con fines bélicos en distintos países.
A Helena le parece una aberración que los robots no sean capaces de sentir. Se queda en la isla y trata de persuadir a los dirigentes de R.U.R. para que les vuelvan más humanos. Al cabo de los años, empiezan a verse los frutos de las primeras alteraciones en los diseños de los seres artificiales, lo cual tendrá unos resultados de lo más catastróficos.

Los personajes son algo planos, no vemos una evolución en su carácter ni un análisis psicológico de los mismos, sino que se convierten en clichés que ayudan a explicar los hechos que se suceden. Dentro de ese abanico de estereotipos, la historia es bastante verosímil salvo por un detalle: que Helena deba casarse en el mismo momento en que llega a la isla. No es creíble, no es justificable y es muy forzado dejarla en la isla sin un motivo de peso para convertirla en la pieza que origina el caos posterior.
No obstante, el resto de la trama es suficientemente buena como para obviar este «fallo de guion». Es interesante el nombre de la protagonista femenina, ya que nos lleva directamente a la guerra de Troya y al caos que se desató por un grupo de hombres obnubilados por la belleza de una joven.

Salvando ese patinazo inicial, el resto de la obra está muy bien tejida y muestra con gran acierto la obsesión por los avances tecnológicos, por el desarrollo y por demostrar la superioridad de la humanidad. Es ego en estado puro y una maravillosa tragedia de lo inevitable.
La obra se divide en tres actos, que marcan los principales puntos de giro de la historia y que la llevan al clímax justo al acabar. Al final se incluye un epílogo, que nos sitúa tras el conflicto final y combina la desesperación de los personajes con un futuro esperanzador, a pesar de todo.
El tema principal de la obra versa sobre cómo el progreso desmedido de la tecnología puede llegar a acabar con la humanidad. Sobre todo si carece de un respaldo ético que fije ciertos límites. En ese afán por el desarrollo, el avance de la ciencia y la tecnología y especialmente el ego desmedido del ser humano, erigido como ente creador, acaba volviéndose en su contra.
No deja de sorprenderme lo avanzado de los temas que toca Čapek en esta obra; no olvidemos que la estrenó en 1921 y que acuñó un término que acabaría sobreviviéndole. Siempre que pensamos en robots, solemos llevar la mente a Isaac Asimov, pero, sin lugar a dudas, Karel Čapek se adelantó treinta años al autor de Yo, robot.

Recomiendo muchísimo leer esta obra, sobre todo a los amantes de la ciencia ficción, ya que es la piedra angular del género y el origen de otras muchas obras posteriores, en las que se ve la clara influencia de las ideas de Čapek. Además, es muy corta, se lee muy fácil y rápido y resulta de lo más entretenida. Perfecta para una tarde desenfadada. La mala noticia es que la versión traducida al español está descatalogada y sólo la podréis conseguir en inglés, francés y creo que algún otro idioma, tanto en formato físico como digital.
Nos leemos pronto; ¡felices lecturas!
T.
Con las manos en las letras © 2023 by Tania Suárez Rodríguez is licensed under CC BY-NC-ND 4.0









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