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La ducha

La ducha

Caminas arrastrando los pies. O quizá tus pies te arrastran, porque tú has perdido la fuerza y ellos deciden tirar de ti para evitar que te condenes a la inacción. Sientes el peso de tu cuerpo incrementado exponencialmente, a pesar de ser una carcasa vacía de la que huyeron, aterradas, la magia y la fantasía, las hadas y las ninfas. Si te esfuerzas y miras con atención, encontrarás en lo más hondo de la oscuridad a una niña sola, llorando. Ignoras si alguna vez dejaron de herirla y deseas abrazarla, pero te da miedo que se asuste. Se la ve tan frágil…

Sacudes tu cabeza, alejando esa imagen para no volver a abrir los grifos de tus ojos y de lo que queda de tu corazón. Como un autómata, abres la llave e instintivamente te apartas ante la invasiva caricia del agua, pero poco a poco aceptas su roce, que se acaba convirtiendo en un bálsamo sobre tu piel. La realidad duele, escuece, corroe. Es amargo despertar.

Piensas que así, con esa corriente de lluvia artificial las lágrimas se perderán engullidas por el desagüe. Quieres que el agua desvanezca esa desazón, esa necesidad de un porqué. «¿Por qué?» Te repites una y otra vez. «¿Por qué así? ¿Para qué fabricar unas alas que luego serán aniquiladas?».

Sin soltar esa angustia que te ha lapidado de golpe, piensas que diluirse en el mutismo, en ese silencio ajeno e impuesto, es la peor herida de muerte que te habían asestado. La más cobarde y cruel, quizá por lo inesperado y drástico. El exterminio de tu luz.

Cierras los ojos, porque, por mucho que seas una guerrera, los soldados también sufren. Y lloran. Aunque se oculten tras mil corazas de cristal, cada vez más fragmentadas.

El agua helada te devuelve a tu realidad. Estás desnuda y mugrienta; en cuerpo y alma. Imaginas aquel líquido como una mano cariñosa que te ayuda a despojarte de interminables capas de mentiras y engaños, propios y ajenos. Cuando se van disolviendo, la implacable corriente se topa con un grueso manto tejido de orgullo, entreverado con dudas, inseguridades y miedos, muchos miedos. Esa capa te pone cara a cara con tu sombra, con ese ego que te incapacita y te limita.

El agua recorre cada centímetro de tu piel, expuesta e indefensa. Ignoras el tiempo que permaneces bajo la tormenta. Tanto da. Tras eones sometida a ese torbellino que mezcla agua y lágrimas de sangre sientes que, bajo esa costra de dolor latente, todavía queda algo de tu esencia. Cortas el agua y sientes que el desagüe se traga una parte de la corteza que se clavaba en tu piel. Como si fueran pellejos secos, decides arrancarla y dejarla caer con cierta animadversión.

Y sueltas así el apego a tu omnipresente enjambre de dudas.

Renuncias a buscar porqués, a entender lo ininteligible. Renuncias a tu vergüenza, a cargar una vez más con la culpa.

Aceptas tu nueva realidad, te construyes una nueva coraza y sigues adelante.

T.


Con las manos en las letras © 2023 by Tania Suárez Rodríguez is licensed under CC BY-NC-ND 4.0 

2 respuestas a “La ducha”

  1. Avatar de digresionesalmargen

    Mucha fuerza expresando tantos sentimientos, fantástico 👏🏻👏🏻👏🏻

    Y como dicen, atrás, ¡ni para coger impulso! ❤

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    1. Avatar de Tania Suárez Rodríguez

      ¡Muchas gracias! Son muchos sentimientos juntos, como un cóctel molotov. Pero sobre todo tiene ese giro de esperanza al final. Cuando creemos que se nos apaga la luz, siempre quedan rescoldos a los que aferrarse para renacer como el ave fénix.

      ¡Siempre adelante! 🥰❤️

      Le gusta a 2 personas

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