Cuando su ego decidía mostrarse era como un incendio desbocado. Por lo general, prendía en la boca del estómago y, desde ahí, se irradiaba hacia los confines más insondables de su cuerpo. Arrasaba todo a su paso, aniquilaba su paz interior. Exterminaba. Guillotinaba. Ofuscaba. Lento pero inexorable; con vida y personalidad propias. Un auténtico energúmeno, gruñón y obstinado cabezota. Tanto, que su presencia era prácticamente corpórea: se percibía con claridad un halo de calor alrededor de su cuerpo, como esas grasientas ondulaciones que el bochorno estival arranca del suelo y distorsionan el paisaje, asfixiando a su paso a los paseantes incautos que deciden aventurarse a la calle cuando el sol está en su punto más elevado.
Y es que cuando
ese
gamberro
oportunista
hacía acto de presencia, caía cautiva de su voluntad. El maldito truhan le hacía creer que era ella quien dominaba la situación, pero nada más lejos de la realidad. Tras hacerse con el control, cual inclemente conquistador, se mimetizaba con ella, convirtiéndose en dueño y señor de su libre albedrío. Era capaz de manejarla como si fuera una marioneta con hilos incandescentes. Aquel maldito embaucador grosero opresor era capaz de
Encender sin remordimientos y con incomparable
Gozo el más profundo sentimiento de
Odio hacia todas las cosas vivas.
¡Cómo crecía el ego cuando ese rabioso fuego ardía, arrasándola sin piedad! Su existencia cesaba para dar paso al odio, la ira, la rabia… Cuanto más anulaba su voluntad, más crecía él. El Gran Orquestador: un tirano capaz de eclipsar la infernal obra de Nerón.
T.
Con las manos en las letras © 2023 by Tania Suárez Rodríguez is licensed under CC BY-NC-ND 4.0









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