El tiempo se detuvo. Y pudo ver toda la vida pasar por delante de sí.
Retazos de imágenes acudieron en tropel, ahogando los gritos desesperados de los vagones que intuían su inapelable desenlace.
En ese paréntesis temporal, una eternidad condensada en un nanosegundo, se puede vivir y revivir con inusitada intensidad toda una vida. Cada detalle se magnifica, cada emoción cobra mayor intensidad y todos aquellos pequeños detalles en los que no reparaste en su momento florecen repentinamente en tu consciencia, adquiriendo un valor trascendental e insustituible. Tu vida, de repente, se viste de un sabor y un color diferentes.
Estabas allí, no hay duda, pero la persona que dirigía tu vida no eras tú. Tomaba decisiones muy diferentes de las que tú hubieras escogido; opuestas, incluso. Te veías, desde las profundidades de una mazmorra invisible y aislada, gritándole para que se detuviera. Desgastabas tu voz, exudando riadas de sangre, por intentar impedir a aquel usurpador con tu aspecto que tomara el camino equivocado. Pero nunca, jamás, te hizo caso. Y fue así como tu voz se apagó. Nadie la escuchaba, ni siquiera aquella persona que vivía tu vida.
El tiempo es caprichoso. Puede apresurarse o postergarse a voluntad. Y, en ese instante, había decidido jugar contigo para darte una lección magistral de vida, antes de que todo acabara.
Te veías, una vez más, en el fondo de aquella mazmorra. Sin voz. Sin autoridad sobre tus actos. Casi te habías rendido al ver fracasar todo intento por reconducir una vida que parecía no pertenecerte. Y, aun así…

Decidiste hacerte oír sin voz, buscar el grito desde el mutismo. Crearías el silencio más atronador que jamás existió para ocupar el lugar de aquella persona que se había apoderado de tu vida durante tantos años. Tu lugar. Donde siempre deberías haber estado.
Así que prendiste fuego a los barrotes ilusorios de tu cárcel, te volviste fuego, desazón, dolor: un infierno incontenible que se consumía a sí mismo y a todo lo que encontraba a su paso. Saturaste de sufrimiento, ansiedad y opresión asfixiante todos y cada uno de los vagones de tu tren hasta incendiarlo y provocar su descarrilamiento. Aquella tiranía debía acabar.
El tiempo te regaló unos instantes más para ver culminada tu obra. Pudiste ver cómo el tren que te había enjaulado se salía de las vías, estrellándose inexorable contra una recia montaña que lo acogía en su pétreo abrazo. Quedó quebrada la máscara, esa personalidad usurpadora que no te permitía alzar tu voz. Y una parte de ti se extinguió con ella.
De entre los calcinados escombros, aún humeantes, emergió una luz cegadora. Se elevó, como una criatura ancestral ávida de libertad. Abrazó los restos del tren con cariño, dejando que se fusionaran con su cuerpo, nutriéndose de su conocimiento y su experiencia.
En ese momento el tiempo retomó su velocidad normal, descongelando el vuelo de las alondras y las golondrinas.
T.

Con las manos en las letras © 2023 by Tania Suárez Rodríguez is licensed under CC BY-NC-ND 4.0









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