«La soledad es peligrosa. Es adictiva. Una vez que te das cuenta de cuánta paz hay en ella, no quieres lidiar con la gente».
C. G. Jung
Hacía tiempo que no se sentía así: disfrutando de la soledad y la compañía de sus pensamientos. Deseaba alargar aquellos días, pero se le escurrían de las manos como si fuera arena escapando despacio e inexorable entre los recovecos de los dedos. El inclemente avanzar del tiempo seguía imponiendo su severa tiranía.
Al cobijo del reconfortante silencio, se dio cuenta de algo: muy pocos sabían apreciar aquel regalo que se antojaba esquivo. La mayor parte de la gente se refugiaba en el bullicio de la cotidianidad. Anestesiaban sus sentidos saturándolos con quehaceres, actividades y pasatiempos vacíos e inertes para no enfrentarse a una soledad mal entendida.
- Compromisos, trabajo, conversaciones vacías.
- Redes sociales, likes, fotos que enmasqueren la lacerante vacuidad.
- «Multitareas», «multicitas», «multiestímulos».
- Scrolling y swiping.
Una (¿nueva?) droga más eficiente que ninguna otra, mucho más eficaz para controlar desde la supremacía de la abulia. Como víctima reincidente de aquel narcótico que ayudaba a no se(nti)r, sabía reconocer a otros adictos. Veía su misma ansiedad, el mismo miedo a parar y sufrir las miradas reprobatorias de quienes no se atreven a dar el paso.
«Si me permito parar para estar a solas, me considerarán una criatura ruin, extraña y asocial…; mejor seguir y rellenar cada instante de mi vida, para que vean que soy una persona productiva y proactiva». Una falacia disfrazada de presunto buenismo. Un ego erigido en títere que se confabula con la sociedad del no sentir.

Logró, no sin cierta dificultad, salir de aquella rueda mental que lograba disparar su ira. Quizá su espíritu idealista se sentía defraudado ante una vida que se consumía frente sus ojos y cuya combustión se veía espoleada por una sociedad frenética que vivía proyectándose en el futuro inmediato.
Cerró los ojos, expulsando aquella frustración y volviendo a la compañía del silencio. Todo volvió a adquirir un ritmo más pausado, en sintonía con la Tierra y con su propia vida. Al caer de nuevo en el dulce abrazo de la soledad, lejos del ruido y las prisas, sintió con mayor intensidad la fuerza del presente y su asombrosa capacidad de transcurrir despacio y rápido en un mismo movimiento. Era un equilibrio perfecto donde todo tenía sentido.
Fue entonces cuando se percató de que aquella soledad era, en realidad, la llave hacia su libertad. Pues nunca se había sentido tan acompañada como en aquel instante.
T.
«Un hombre sólo puede ser él mismo mientras está solo; si no ama su soledad, no amará su libertad, porque únicamente cuando está solo es realmente libre».
Arthur Schopenhauer
Con las manos en las letras © 2023 by Tania Suárez Rodríguez is licensed under CC BY-NC-ND 4.0









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