Abres con un cuidado devocional el libro que vas a leerte. El aroma dulce, terroso y profundo de las páginas atraviesa con delicadeza cada poro de tu cuerpo, conquista tu olfato y hace que tus párpados se derritan, cegando todo a tu alrededor. Te pierdes en el tacto de la cubierta, tan suave que pareciera acariciar tus dedos llamándote a desfallecer en su abrazo. Con los ojos todavía cerrados, sumerges la nariz en el corazón de aquel libro. El contacto de tu piel con el roce poroso y áspero de las páginas magnifica su perfume avainillado, haciendo que te abandones a ese instante eterno, mágico, que se prolonga en el tiempo.
El mundo a tu alrededor se difumina, desterrado a un segundo plano, carente de interés. Tu atención se vuelca por completo en ese libro. Aquel objeto, en apariencia inanimado, logra hablarle a tu corazón. Le susurra palabras hermosas, mundos imposibles, viajes imperecederos. Una promesa latente de emociones intensas que dejarán una huella indeleble en cada rincón de tu ser.
La sola presencia del libro te acoge, acunándote de la manera más dulce posible, y te cubre de una dicha profunda y auténtica. Tiene un poder sobrecogedor, magnético, incluso antes de zambullirte entre sus páginas. Sientes que vuestras almas se han unido irremediablemente y que se ha erigido en tu maestro, amigo y acompañante incansable.

Dilatas el momento, ese «comenzar» a desvelar sus misterios. Sabes que cuanto antes empieces, antes acabarás; la congoja detiene un instante tu corazón. Miras el libro y sientes que te devuelve la mirada. Y de pronto te viene a la cabeza aquella palabra imposible, nacida en la Tierra del Fuego: mamihlapinatapai. «Mirada entre dos personas, cada una de las cuales espera que la otra comience una acción que ambas desean, pero que ninguna se atreve a iniciar».
El libro anhela que le leas y tú deseas hacerlo. No obstante, frenas tus impulsos y decides deleitarte unos minutos más con su tacto y con su olor, grabándolos a fuego en tu memoria. No quieres precipitarte, así que dejas que todos tus sentidos se impregnen por completo con su presencia.
A pesar de que cierta tristeza te embarga, el peso del libro te devuelve al presente, reclamando de nuevo tu atención. Parece querer decirte: «me leas una o mil veces, jamás dejarás de encontrar nuevos tesoros entre mis páginas».
Así que decides empezarlo. Porque sabes, con arrolladora lucidez, que aquello es solo el comienzo de un hermoso viaje de dos almas que nunca se podrán separar.
T.
Con las manos en las letras © 2023 by Tania Suárez Rodríguez is licensed under CC BY-NC-ND 4.0









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