Con las manos en las letras

Tengo este libro desde hace alrededor de cuatro años y no lo había leído hasta ahora (shame on me…). Quizá porque pensaba que era algo completamente diferente, en lugar de esta maravilla que me ha tenido leyendo de manera frenética de principio a fin. Ya me había seducido el hecho de ser una distopía, pero que encima su víctima principal sean los libros me acabó de atrapar sin remedio.

Fahrenheit 451 nos presenta una historia en la que leer está prohibido, porque conduce a pensar y la gente que piensa es peligrosa. Por esa razón, los libros son ilegales y todo aquel que tenga uno será condenado. En este mundo distópico, los bomberos tienen una nueva misión: detectar y quemar todos los libros que encuentren. Por tanto, no apagan fuegos, los provocan. Y, mientras, la gente vive sumida en un constante bombardeo de información, espectáculos y toda suerte de entretenimientos que les alejen de sentir cualquier cosa que no sea felicidad y alegría.

Tal vez uno de los aspectos más interesantes es que Ray Bradbury escribió esta novela en 1953, pero bien podría estar hablando de la sociedad de 2023. Es muy llamativo el mundo que construye, la marcada actitud de la gente que prefiere mirar a otro lado, a cualquier lado, con tal de anestesiar sus sentidos y no percatarse de lo vacíos que están, del dolor emocional que sienten. Esta premisa invita a reflexionar, a ir más allá de la historia que Bradbury está narrando: ¿ese conformismo no es, en realidad, un auténtico infierno para quien lo acata?

En cuanto a su estructura interna, Fahrenheit 451 consta de tres partes, donde podemos ver un uso flexible del tiempo. La historia se desarrolla de forma lineal durante alrededor de tres semanas, aunque el narrador omnisciente en tercera persona se permite ciertas licencias para narrar los hechos. En ese sentido, nos encontramos con una primera parte más extensa en la que conocemos al protagonista, Montag, y la realidad de su mundo.

Aquí vemos cómo son las cosas en ese peculiar futuro, situado a finales del siglo XX, producto de varias guerras atómicas y de un consumismo exacerbado. La perfecta vida de Montag se tambalea cuando conoce a una persona que logra vivir al margen del sistema y que le hará pensar, algo inconcebible en ese «mundo perfecto». Ese germen de «pensamiento independiente» se erigirá en el detonante que desencadena toda la acción.

En contraste, y quizá para resaltar el carácter acuciante de los hechos, nos encontramos con que la segunda parte transcurre entre una mañana y una tarde, mientras que la tercera parte tiene lugar entre una noche y la mañana siguiente. En este tiempo, los hechos se precipitan irremediablemente y acentúan la sensación de desazón de Montag.

Y es que, a pesar de no profundizar en exceso en la psicología de los personajes (lo cual no es necesario para el conjunto de esta obra), sí vemos una notable evolución en el protagonista: un «descenso a la locura» y una intensa lucha entre lo que le pide su corazón y la realidad «cómoda y conocida» en la que vive. Con este planteamiento, el lector puede empatizar con Montag, preguntarse qué haría en su situación y hasta dónde llegan sus valores y principios. ¿Conformismo o libertad?

Además, la transformación de Montag es más patente gracias al contraste con su esposa, una mujer absorbida por completo por el sistema y cuyas apariciones refuerzan esa subyacente sensación de ansiedad que construye Bradbury en este mundo distópico. El autor tiene una facilidad asombrosa para hacer sentir incómodo al lector y ponerle cara a cara con su propia realidad.

Entre los temas principales nos encontramos con la lucha entre el conocimiento y la ignorancia (¿cuál de los dos es la llave —según el lector— hacia la felicidad?); la censura y la falta de libertad (tengamos en cuenta el profundo macartismo que imperaba cuando nació la novela) o las consecuencias de un capitalismo desmesurado, entre otros. Añadiría también, aunque quizá como temas secundarios, la crítica a la pasividad de la gente —cuando sabe que se les está robando la libertad— y el ruido constante que generan los poderes fácticos para insensibilizar, neutralizar y, por tanto, controlar a los ciudadanos.

El libro es corto, apenas 192 páginas; se lee muy rápido y es muy maleable. La edición que he leído es la de la editorial Debolsillo (ISBN 978-8490321478); está muy bien maquetada, con un tamaño de letra cómodo para la lectura y hojas gruesas, que dan más robustez al libro. Además es ligero, por lo que es fácil de transportar y llevar contigo a cualquier sitio.

Como buena amante de las distopías, recomiendo encarecidamente la lectura de este libro: es interesante, con una historia bien armada, cohesionada y coherente que nos hace pensar. Los personajes son un instrumento para servir de espejo al lector y que le lleve a reflexionar sobre su propia sociedad, su forma de encararla y hasta dónde estaría dispuesto a llegar por lograr ser libre.

Ray Bradbury ha sido todo un descubrimiento. Como dato curioso, el autor es tatara-tatara nieto de Mary Perkins Bradbury, condenada en los juicios por brujería de Salem y bisabuela del autor trascendentalista Ralph Waldo Emerson. Razón de más para leerle, ¿no os parece?

Nos leemos pronto. ¡Felices lecturas!

T.

Con las manos en las letras © 2023 by Tania Suárez Rodríguez is licensed under CC BY-NC-ND 4.0