Emprendí el vuelo de forma inesperada, carente de propósito o de un objetivo claro (al menos de forma consciente). Mis alas surcaban el aire con una destreza inusitada, como si conocieran aquel camino que nunca antes habían recorrido. Cada zona que iba descubriendo me fascinaba; me sentía como una niña explorando un mundo colmado de fantasía y maravillas: todo llamaba mi atención, cualquier detalle inflamaba mi curiosidad y mis ganas de conocerlo por completo.
Me desplazaba movida por un fuego que nacía en mi interior, que me impulsaba a seguir adelante, convencida de que ese era el itinerario correcto, pero sin entender por qué lo sabía. Mi intuición, por primera vez, se alzaba jubilosa guiando mis aleteos con paso firme y una seguridad extraordinaria. Tal vez su felicidad se debía a que me había atrevido a cederle el mando y le otorgué la libertad de guiarme, relegando a mi mente a un segundo plano.
Cuanto más avanzaba, más ardía aquel fuego interno, alimentado por mi determinación, por una pasión que infundía vigor a cada parte de mi ser. Quería atesorar cada minuto de aquel vuelo, grabando en mi memoria todos los matices para hacerlo eterno y que viviera, por siempre, dentro de mi corazón.
Ignoraba hasta dónde llegaría, qué me encontraría en el viaje o cómo sería la experiencia. Solo sabía que mi motor era la esperanza y la ilusión, unidas a la promesa de un camino lleno de recuerdos que mantendrían fija una sonrisa en mi espíritu, por siempre.
Y así, con ese ímpetu, seguí volando, cada vez más alto, con mi intuición como brújula, guía y capitana.
T.
Con las manos en las letras © 2023 by Tania Suárez Rodríguez is licensed under CC BY-NC-ND 4.0









Deja un comentario