Fluctuaciones

Oscilaba entre el sí y el no, entre la voz de la responsabilidad y el grito salvaje de la libertad. No había posibilidad de aspirar a estados más elevados de conciencia cuando la realidad de su vida le arrancaba de los anhelos de su espíritu. La crudeza de aquella rutina se aliaba, además, con su (pérfida) mente y juntas convertían en tesis tajantes lo que solo parecían meras hipótesis. El caos se hizo norma. El estado de sitio se apoderó de su cuerpo.

Ya no recordaba cuándo comenzó aquello; en qué momento sus días se transformaron en un campo de batalla entre dos fuerzas antagónicas que pretendían exhibir su poder. Deseaban dejar claro que una era infinitamente mejor que la otra. Sin embargo, esa vehemencia por mostrarse diferentes les acabó convirtiendo en una misma entidad destructora. Y en esa lucha librada en su cuerpo, su mente y su espíritu, tenía varias opciones.

Podía seguir dejándose arrastrar por una inercia aniquiladora, narcotizar sus sentidos y mantenerse a la deriva durante años hasta recalar a orillas de los dominios de Átropo.

Podía presentar batalla contra una amenaza intangible y tal vez ilusoria hasta encontrar una muerte prematura, dolorosa y trágica.

O podía optar por aceptar el carácter incierto de la vida; soltar su patológica necesidad de tener todo bajo control, cuando ni siquiera sabía por qué quería controlarlo todo; y reconocer que vivir en una continua guerra consigo misma y sus circunstancias le hacía perderse su propia vida y todo aquello por lo que sí merecía la pena sonreír.

Seguro que había muchas más opciones, pero por ahora tendría que valer la tercera.