Te vas. Los adioses suelen ser duros, difíciles y dolorosos. Sin embargo, este no. Porque para mí no es una despedida. No lo es.
Recuerdo cuando nos conocimos, cuando te instalaste en mi vida. Me encontraste con la mirada apartada, algo recelosa, pero supiste hacerte un hueco con paciencia y regalándome una ilusión inmensa y un emocionante camino por recorrer. Juntos trazamos sueños, lanzándonos al vacío sin esa red de seguridad que juega a esconder los miedos.
Hubo altibajos, por supuesto. Días de euforia desmedida, donde todo parecía posible, y días en los que se había establecido una persistente oscuridad que parecía no tener fin. Sorpresas inesperadas y prometedoras, que poco a poco se empañaron. Amores de verano envenenados que prendieron la oscuridad y un profundo dolor. Luciérnagas y estrellas que llegaron para apagar la noche y encender la esperanza. Equilibrios difícilmente hallados pero fáciles de perder. Noticias que abren la puerta a nuevos sueños y a proyectos jamás pensados.
Quizá lo peor fue aquel inmenso susto que acaparó toda mi atención y me forzó a abrazar un parón repentino y contundente. Un descarrilamiento casi fatal. Cuántas horas pensando. Cuántas reflexiones me ayudaste a tejer. Pero qué poderosa alquimia se gestó entonces.
Observo con cariño mis nuevas cicatrices, sanadas con polvo de luz de luna, recuerdos de este alocado viaje. Reencuentros y desencuentros, cruces de caminos con peregrinos que siguen acompañándonos en estas nuestras últimas horas juntos.
Hemos caminado uno al lado del otro durante todos estos días, tantos que carece de sentido llevar la cuenta. Y los dos nos hemos alegrado, hemos reído, llorado y sufrido (¡cómo hemos sufrido!, ¿te acuerdas? Cuánto dolor físico, cuantísimo dolor en el alma…).
Te vas, querido amigo, pero me has visto alumbrar el sueño de mi vida. Me has dado fuerzas, esperanza y coraje suficiente para arriesgarme a tener entre mis manos mi primer libro, que vio la luz estos últimos días.
Gracias. Por tanto aprendizaje, duro y exigente a veces, pero poderoso y transformador.
Gracias. Por enseñarme a tener paciencia, incluso en esos momentos donde fue tan difícil.
Gracias. Por ayudarme a valorar lo importante y por mostrarme ese camino por el que empezar a soltar lo que resta y hacer espacio a lo que suma.
Todos dicen que te marchas. Pero no te vas: simplemente te quedas refugiado en mi memoria, entreverado en mi alma. Amigo de los que se fueron y aún me acompañan. Eterno en mis recuerdos.
Gracias, 2023.
T.
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PD.: Gracias a todos los que me visitáis y acompañáis por estos lares. A los que leéis y regresáis, a los visitantes casuales y esporádicos, a todos los que me regalan un pedacito de su tiempo compartiendo aquellas locuras que salen por mis dedos. GRACIAS. Os deseo un 2024 lleno de ilusión, salud (que os aseguro que es esencial) y mucha abundancia para que vuestros proyectos salgan adelante.
Un inmenso abrazo lector y escritor.

Con las manos en las letras © 2023 by Tania Suárez Rodríguez is licensed under CC BY-NC-ND 4.0









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