El abuelo

El abuelo

No entiendo por qué está todo el mundo tan triste en casa. Repiten que el abuelo ya no volverá; dicen que tenemos que aceptar que el bosque se lo llevó cuando salió a cazar y que ahora está en un lugar más feliz. Suelo sorprender a mamá llorando cuando cree que nadie la ve; incluso papá, que siempre ha sido nuestro héroe de hierro, se seca los ojos rápidamente cuando entro sin avisar a su despacho.

«No lloréis; el abuelo está bien, de verdad, que yo le he visto», les digo, pero no me creen. Me revuelven el pelo con mirada triste y me dicen que es normal que le vea porque aún es pronto. Y luego está la abuela: ella no se esconde y llora todo el día. Me da miedo que se quede sin lágrimas y se quede tan arrugada como las pasas que adora comer. «Me recuerdas tanto a él, pequeña», me dice todo el rato desde la mecedora donde ha decidido quedarse a vivir.

No entiendo por qué están todos tan tristes, ¿por qué tanto llorar? El abuelo no se ha marchado: justo ahora está sentado conmigo en mi casa del árbol; lleva viviendo aquí hace un mes.

Me gusta visitarle y jugar con él. Está algo cambiado: no habla y lo de traspasar su cuerpo cuando jugamos todavía me asusta un poco. Yo creo que ha comido algo que no le ha sentado bien, porque se está volviendo transparente. Me dijo mi amiga Nadia del cole que eso le pasó a su gatito Bigotes cuando le dio de comer matarratas sin querer el año pasado. Todavía puede verle, pero ahora se le está borrando el cuerpo. Como al abuelo.

T.


Con las manos en las letras © 2023 by Tania Suárez Rodríguez is licensed under CC BY-NC-ND 4.0 

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