Crónica de una semana (parte 1)

Dice Joan Didion en El año del pensamiento mágico que «La vida cambia deprisa. La vida cambia en un instante. Te sientas a cenar y la vida que conocías se acaba». Si bien siempre he pensado lo mismo que ella, no he sido tan consciente de esta realidad hasta hace una semana.

Comillas (Cantabria), 9 de septiembre.

La alarma del reloj rasga la quietud de la madrugada. Mi sueño se empeña en resistirse, está a gusto con Morfeo y reclama unos minutos más. Otra parte de mí, la que desea marcharse de nuevo lejos de la ciudad, reivindica la vigilia y me abre sin miramientos los ojos.

Hemos preparado un viaje corto, tan solo cuatro días antes de que se nos acaben las vacaciones. Cuatro días de escuchar el mar Cantábrico, de sentir la bruma y el salitre, de oler el verde tridimensional del norte. Cuatro días, cuatro personas. Dicen en los países del este asiático que el número cuatro trae mala suerte, porque la grafía de ese número en chino, sino-japonés, sino-coreano y sino-vietnamita es muy similar a la de la palabra «muerte».

El viaje va bien, entre risas y halagos del paisaje cuando se funde a verde y las nubes cobran otra textura, más física y salvaje. Al llegar, el ambiente frío con olor a mar del norte nos abraza con mimo: nos sentimos en casa.

Paseamos, comemos, disfrutamos de un día perfecto y volvemos a la casa que hemos alquilado. Y, entonces, la vida cambia en un instante.

Noche del 9 al 10 de septiembre, 0:45h.

temblores, sudor, la vida pierde el
sentido
irrealidad, incredulidad, la razón cae en
coma
suspensión del habla muere la
comunicación
solo
queda
mirada de terror, voz inarticulada
miedo tienes tengo
miedo
pareces irte te vas vuelves y yo
te toco y me ardes, eres
fuego en dolor, eres
angustia, desazón te miro y
dolor
tú no estás solo hay
dolor
sin aire, sin respirar y
dolor
muere la
comunicación suspensión
del habla
te vas y vuelve el do-
l
o
rrr
miedo tienes tengo miedo somos
grito
y nadie
escucha
y llega el instante
en que
la vida cambia

T.