No sé si os pasa a vosotros también, pero yo a veces tengo muchísimas ganas de leer y, aun así, mi mente y mi cuerpo están dispersos y conspiran contra mi capacidad de concentración. Se debaten dos fuerzas dentro de mí: la que me ruega entregarme a la lectura y la que me seduce e invita a claudicar, a tirarme en el sofá y, simplemente, a vegetar ahí. En esos casos recurro a una técnica que usaba hace años, en el instituto, cuando tenía que estudiar y no me apetecía. Porque me encanta aprender, pero estudiar a la fuerza y sin un sentido para mi mente analítica, como que no.
Mi técnica consistía en que, una vez tenía los apuntes listos, en hojas grapadas, subrayadas, con colorines y anotaciones varias, los agarraba y me ponía a «contarles la lección» a mis peluches y muñecos de la habitación. Así que daba vueltas constantemente en el centro de mi cuarto, contando una y otra vez aquello que tenía que aprenderme. Podía pasarme horas así. Por un lado, no me dormía, por otro movía un poco el cuerpo y, por último, me aprendía todo muchísimo mejor.

Siempre me había parecido una técnica rara porque todo el mundo solía sentarse, iba a la biblioteca o, literalmente, hincaba los codos. Intenté esas formas de estudio, pero me parecía soporífero pasar horas sentada mirando los apuntes. No todo vale para todo el mundo. Así que, un día me levanté, tomé los apuntes y me puse a hablar (que es lo que más me gusta hacer, vamos). Vi que la técnica que resultaba muy útil y, sobre todo, que era capaz de aguantar muchas más horas estudiando de ese modo. Aparte de, como os decía, absorber mejor los conceptos.
El caso es que mi técnica resulta que no es tan mía como yo pensaba. Al cabo de los años de empezar a estudiar así, un compañero de la universidad me dijo que estaba siguiendo el «sistema peripatético», que usaban los filósofos en la Grecia Clásica. Mi inquisitiva curiosidad me llevó a investigar y descubrí que el término «peripatético» significa «deambular alrededor de un patio» y deriva de la escuela de Aristóteles. Los filósofos que seguían esta doctrina tenían la costumbre de debatir los pensamientos, entre ellos o con sus discípulos, mientras caminaban alrededor de un patio.
Y yo creyéndome guay. La vida.

Lo mejor de todo es que esa técnica fabulosa para estudiar, también la podía aplicar a otros menesteres como el que nos ocupa: la lectura. Así que, cuando no era capaz de concentrar mi mente en los libros porque estaba preocupada por algo o tenía mil cosas en la cabeza, decidí probar a leer de pie, paseando. ¡Y menudo cambio! Me descubrí leyendo durante más tiempo sin apenas esfuerzo por concentrarme.
De alguna manera, caminar induce a mi cuerpo a un estado de relajación que le torna más receptivo para las actividades intelectuales. Así que, cuando flaquea un poco mi concentración, me pongo a leer paseando. Es una técnica que me sigue acompañando actualmente. Es muy curioso cómo soy capaz de meterme con más facilidad en la historia cuando la leo mientras camino.
Lo que sabían estos griegos.

Obviamente, también puedo leer sentada (tumbada me cuesta más). Pero voy alternando, según estén mis facultades de concentración.
¿Vosotros conocíais esta técnica? Me encantará leeros.
Nos leemos pronto. ¡Felices lecturas!
T.
Con las manos en las letras © 2023 by Tania Suárez Rodríguez is licensed under CC BY-NC-ND 4.0









Replica a Tania Suárez Rodríguez Cancelar la respuesta